"Al jugar al ajedrez entonces, podemos aprender: Primero, previsión...Segundo, prudencia...Tercero, cautela...Y al final, aprendemos del ajedrez el hábito de no ser desanimados por apariencias malas presentes en el estado de nuestros asuntos, el hábito de la esperanza por una oportunidad favorable y la perseveración de los secretos de los recursos" [Benjamin Franklin]
viernes, 31 de diciembre de 2010
El Regalo perfecto VII (Final)
El Regalo perfecto VI
jueves, 30 de diciembre de 2010
El Regalo perfecto III, IV y V
El Regalo perfecto II
El Regalo perfecto I
El Regalo perfecto (presentación)
AVISO: Este relato es una obra de ficción. Los personajes, los hechos y los diálogos son productos de la imaginación del autor y no deben ser considerados como reales. Cualquier semejanza con hechos o personas verdaderas, vivas o muertas, es pura coincidencia.
martes, 28 de diciembre de 2010
Día de lo absurdo
domingo, 19 de diciembre de 2010
La amante olvidada
jueves, 16 de diciembre de 2010
Games of Thrones
martes, 14 de diciembre de 2010
Pendidos...
Tras una caminata que pareció eterna, en un silencio roto por los sonidos de la selva, llegaron al esperado puente, tras el cual tenían que abandonar la senda.
El puente cruzaba una estrecha garganta de más de doscientos metros de caída, cuyo final era imperceptible por la densa capa de niebla, que confería más siniestralidad al foso que conducía hacia lo desconocido. Tampoco se divisaba el otro extremo de la pasarela a pesar de que no llegaba a los quince metros de longitud. La estructura era de hierro con travesaños de madera que, en apariencia, le conferían cierto halo de seguridad. [...]
La pasarela se tambaleaba levemente al paso de los cuatro, cosa que no preocupó demasiado a Rudner, pero que sí tenía acobardados a Jodl y Mole. Ambos experimentaban el temblor en sus piernas y la agitación de su pecho.[...]
Jodl y Mole iban muy juntos desoyendo el consejo del veterano del grupo de pisar sólo con un pie en cada balda. Querían salir de allí cuanto antes. Cuanta más prisa se dieran, mejor. Y eso fue lo que les instó a acelerar el paso y ponerse a la altura de la mismísima espalda de Rudner.
-¿Qué coño estáis haciendo, tarados? –rugió en voz baja a Jodl y Mole. –he dicho que os separéis y no pongáis todo el peso en una misma tabla, o conseguiréis que nos matemos.
Al ver el pequeño alboroto, Doley aceleró también el paso y los alcanzó:
-¿Qué pasa ahora, viejo? ¿se te ha dislocado la cadera…? ¡Aaaaah! –una madera se partió a su paso y el jefe del grupo perdió pie.
Los dos más jóvenes se quedaron petrificados mientras Doley, cuyas manos resbalaban, pedía ayuda pendido de una tabla. Su farol había caído al vacío y su luz se había perdido entre la niebla que impedía ver el final de la garganta.
-No os quedéis ahí parados, imbéciles. –su voz era pura agonía y quedaba enmudecida por el esfuerzo que hacía para no caer. –¡ayudadme! –sus pies se sacudían en el aire, mientras las venas de su frente palpitaban y su rostro se volvía carmesí.
Rudner pasó todo lo rápido que pudo entre Jodl y Mole y llegó hasta el sargento. Se arrodilló y le tendió la mano:
domingo, 12 de diciembre de 2010
Californication y otras hierbas
Pues nada, nuevo proyecto y nuevas perspectivas. Pero entre medias tenía que llenar el hueco que me dejan las series a las que estaba enganchado (How I met your mother y The Big Bang theory), dado que tengo que esperar cada semana a que saquen capítulo nuevo. El hueco lo ha llenado, después de sugerencias y sugerencias de mis colegas, Californication.
Empecé a verla sin mucho ánimo pero con bastante expectativas, dadas las críticas y su popularidad. Y la verdad, mi veredicto es positivo, tal es así, que voy a seguir viéndola. Es divertida, fresca e ingeniosa. Tiene dosis de humor a raudales, sobre todo por algunas situaciones embarazosas que te dejan con la boca abierta y un “¡joder!” que no puedes evitar soltar mientras te ríes, sentimientos y, sobre todo, sexo.
Me gusta el tono que está tomando, me gusta la temática del escritor con una vida de mierda, arruinado, enamorado de su ex, sin inspiración, pero que f&%$ como solo un dios griego haría. Muchos lo envidiamos, que primates somos, parecemos nuestros parientes los bonobos, pero él no se siente satisfecho, aunque a veces intenta aparentar que sí. Lo cierto es que me identifico en algunos aspectos con Hank Moody, pero no quiero adelantarme en paralelismos.
Pero bueno, tampoco puedo hablar mucho dado que solo llevo la mitad de la primera temporada y no quiero hacerme ni haceros ideas preconcebidas sobre la serie, pero sí decir que la premierha sido una de las mejores que he visto. Punto a su favor.
Para terminar, haré una breve puntualización cinéfila: ya me siento realizado conmigo mismo, he completado la filmografía de Tim Burton con la última película que me faltaba por ver: Batman returs: murciélagos, gatos y pingüinos. Destacar la increíble caracterización y actuación de Danny DeVito y el erotismo de Michelle Pfeiffer, para completar un film tan oscuro como la cara oculta de la luna y como sólo Burton puede dirigir.
Sin más, continuaré cebándome de cine y libros (ya que los tres capítulos para concluir Festín de Cuervos me durarán 3 minutos), para ampliar mi filmo y biblioteca.
Disfrutad de vuestro tiempo libre, ese lugar donde realmente sois libres.
sábado, 30 de octubre de 2010
Discusión con mi Superyó
M-Será cabrón.
A-Venga, has hecho lo correcto y al parecer a tiempo.
M-Sí, creo que he conseguido no hacer daño a esa persona.
A-Por una vez en tu vida ya está bien que aprendieras, coño.
M-¿Qué quieres decir con eso?
A-Ya lo sabes y no voy a repetírtelo.
M-Es verdad y paso de escucharte, no me traes nada más que cargos de conciencia. Eres muy contradictorio.
A-Jajaja ¿Yo?
M-Sí. Unas veces eres tan visceral y otras te preocupas tanto que no sabes cómo encauzarlo.
A-En serio, por esta vez no te preocupes. Lo has hecho bien.
M-¿Seguro? Entonces, ¿por qué siento esto?
A-¿El qué?
M-Esto. Sé que lo he hecho bien, a tiempo. No he jodido a nadie. Tengo lo que quería. Estoy como quería… bueno, no quería sentirme así. Tú ya me entiendes.
A-Sí. Te entiendo, pero… ¿sientes que deberías haber hecho otra cosa?
M-No, siento que he defraudado a alguien, pero… no puedo ofrecer nada más. Esto es todo lo que puedo dar, y aunque pudiera no debería.
A-Entonces ya está, quédate tranquilo. Has hecho lo que sentías y lo que querías. No puedes forzar las cosas. No puedes crear algo si no lo sientes. Las cosas artificiales son más perecederas. No ha surgido, no lo has sentido. No puedes engañar a los demás y mucho menos engañarte a ti mismo. Si no lo sentías ya está. Punto y final.
M-Es muy fácil hablar de sentimientos cuando no los sientes en tu carne…
A-Soy tu carne, imbécil. Estoy en ti. Siento y sufro lo que tú sientes y sufres…
M-Yo…
A-¡Calla! Y encima soporto la carga de meditar sobre lo que haces. Si está bien o mal. Si es correcto o incorrecto. Si podría haber sido esto o lo otro. Estoy un poco harto, va a resultar que el problema no soy yo.
M-Vale, ya está. Asumido. No me machacaré tanto la sesera.
A-¿Vas a cerrar este asunto?
M-Sip
A-Mentiroso.
M-Bueno, dame tiempo, joder.
A-Tiempo… ese que dicen que lo cura todo y que pone a cada uno en su sitio.
M-Que sí, coño.
A-Jeje bien, esperemos que no se vuelva en contra.
M-¿Cómo?
A-…
M-¿Hola?
A-…
M-Será hijo de puta. Me ha vuelto a dejar… ¿solo?
viernes, 29 de octubre de 2010
¡Dibujetes!
domingo, 24 de octubre de 2010
¿inmortalidad?
sábado, 16 de octubre de 2010
Rol Canción de Hielo y Fuego
Tras un par de veladas la historia sobre una conspiración dentro de los Siete Reinos, concretamente en la zona conocida como Dorne, ha transcurrido como se narra a continuación.
Para empezar hay que presentar a los contendientes: A la dirección, Arturo de DM. Como Guerrero Ungido y comandante de la expedición/misión, Belcam Valerius, un servidor, Miguel. Sus leales montaraces: Pablo (Asmodian Arena) y Naira (Tangerine Turner). Como señora heredera del trono del castillo de Piedrapálida, llamada Zahara Caede, Mayte y finalmente, su noble amigo, pupilo de una casa vasalla, Tribel, a cargo de Elena.
Belcam Valerius, recientemente ungido caballero de Zarcus Caede, señor de Piedrapálida, ha recibido una importante misión. La misma reza así: deberá atravesar el Paso del Príncipe, un lugar peligroso y atestado de bandidos y otros peligros, para hacer escala en Canto Nocturno y de ahí hasta Altojardín. Allí deberá recoger a un pequeño señor, un Tyrell, pretendiente de la hija de Zarcus, Zahara Caede, y llevarlo sano y salvo de nuevo a Piedrapálida.
Pero cuál es su sorpresa, cuando al visitar al maestre, un hombre avispado y de honorabilidad dudable, le entrega a Belcam una carta lacrada sin abrir. Órdenes de Lord Zarcus. Éstas contradicen las de su hija Zahara, diciendo que el pequeño señor Tyrell debe morir en el trayecto de forma misteriosa. Belcam percibe algo extraño en el maestre, pero se pone en marcha sin decir nada más. Poco después de haber emprendido la marcha, comprueban que no han tomado posesiones de víveres ni agua y muy apesadumbrados vuelven para abastecerse.
Ya preparados al fin, el comandante Valerius emprende de nuevo el viaje con un contendiente de unos 20 hombres, y la disyuntiva de sus dos misiones contradictorias. Sus dos leales montaraces van delante con órdenes de ir inspeccionando el terreno inmediatamente anterior a su paso para evitar emboscadas y sorpresas. Hacen noche sin muchas sorpresas más que la de Asmodian enfrentándose (o saliendo por patas) a una especie de chacal.
Por otro lado, en Piedrapálida, la heredera, Zahara, se ha enterado de la carta que ha recibido Belcam Valerius y las oscuras órdenes que dictaba. Decide entonces emprender la marcha junto con su noble amigo Tribel para vigilar al comandante, no sin antes visitar a Zarcus, su padre.
Éste está cómicamente demente e ido. Del mismo no se obtienen más que incoherencias. Pero Zahara ha percibido algo extraño también en el maestre. De igual modo, ella y Tribel emprenden la marcha con unos 10 hombres y sin montaraces. En el camino son sorprendidos por bandidos de los que tras un reñido trato, culminado por Tribel, los acompañarán y protegerán por dinero. Lo que tiene tratar con bandidos.
Durante el día, en el grupo de Valerius, no hay muchos problemas.
Al llegar la noche, se encuentran al inicio del Paso del Príncipe. A la hora de cenar un carnero que Tangerine había cazado, el comandante nota un raro olor en la carne que nadie más percibe. La da de comer a su sargento que cae muerto por envenenamiento. Con el fin de no levantar revuelo entre sus hombres y para que la noticia no se extienda y llegue al asesino, Valerius ordena a sus montaraces enterrar al sargento en secreto. Antes le roban el dinero por sugerencia de Tangerine (muy bueno xD).
El comandante les ordena a sus montaraces que traigan unas palas de las que usan los soldados que cercan el perímetro del campamento. Con el sargento escondido en una tienda de campaña, Tangerine y Asmodian vuelven con las palas. En una paranoia, Belcam ordena a Asmodian que apuñale el cadáver para que parezca un asesinato a sangre fría. En ese instante, un soldado ebrio los sorprende y mientras se arrodilla ante el cuerpo del sargento, Belcam lo empuja a fin de ensuciarlo con la sangre del cadáver e inculparlo. Pero no hay nadie a quien mostrar la culpabilidad del soldado, por lo que Valerius le ordena malhumorado que se vaya a dormir. En ese instante, Asmodian (o Tangerine), divisan a alguien merodeando entre las tiendas del campamento. Lo persiguen, pero no dan con nadie. Alejados del cuerpo del sargento apuñalado, el pastel ha sido descubierto por soldados más avispados, junto con las palas que habían cogido los montaraces con orden del comandante Valerius (aquí es cuando un servidor se cagó en todo lo cagable: la palas!). Belcam acude de inmediato seguido de sus montaraces. Y le dan la noticia. Sus hombres se tragan su expresión de sorpresa, no así su excusa de qué hacían allí las palas. Pero tras una breve explicación (quería las palas para asegurar mi tienda, hemos visto una sombra y las hemos dejado ahí… bla, bla, bla) todo se aclara y deciden dar una sepultura digna de un oficial al sargento.
Por la mañana se ponen en camino, ahora sí, atravesando el Paso del Príncipe. El comandante nombra nuevo sargento.
Con Tangerine y Asmodian en la vanguardia, Belcam comprueba que le faltan hombres. Al instante los ve llegar con unos bandidos apresados. Tras haber uno que le saca de sus casillas, decide matarlos a todos menos a uno que se ofrece a guiarlos. Qué mejor que un bandido para conocer aquel paso.
Al poco ven venir por el principio del paso un contendiente de unos treinta y pocos hombres. Belcam realiza la formación defensiva con arqueros y picas. Un par de hombres se acercan con bandera blanca: dicen que Zahara Caede comanda el grupo. Belcam exige que sea ella la que se presente para creérselo, ya que son bandidos los que se han aproximado y a los que casi dispara.
La princesa, junto con Tribel (un muchacho que no confía en la palabra del comandante y del que duda hasta el extremo) se acercan al fin. Valerius ordena bajar arcos y picas y se arrodilla ante la princesa. “¿Qué hacéis aquí princesa, tan lejos de Piedrapálida?” la princesa, galante le da una respuesta trivial. El guerrero ungido insiste, pero haciendo uso de su altanería Tribel se inmiscuye. Belcam, con respeto, no piensa tolerar que un niñato noble de otra casa vasalla le coaccione. Pero lo cierto es que cuenta con el beneplácito de la señora Zahara. Ésta insiste con una respuesta trivial. Esta vez el guerrero ungido se conforma, pero sospecha que no está siendo sincera. Por otro lado las intenciones de Lady Zahara son claras; evitar a toda costa que se cumplan las órdenes que supuestamente dictó su padre para asesinar a su prometido… de este modo ambos grupos se unen bajo el mando de Zahara Caede y con Belcam y Tribel como consejeros.
La historia se hace más enrevesada aún. Unas órdenes contradictorias. Un maestre con dudosas intenciones. Un asesino entre los soldados y un camino peligroso. Una intriga digna de figurar en las páginas de la historia de los Siete Reinos.
Continuará…
lunes, 4 de octubre de 2010
El baile de las sombras (part II)
Pero mantuve un instante la posición, a expensas de que si había alguien sobre mi cabeza, diera la cara para comprobar si había acertado o errado el tiro.
¡Bingo!
Pensé esto en el momento en el que una maraña de pelo alborotado asomaba por el alfeizar del piso inmediatamente superior al mío, o sea la terraza; tan pronto se apoderó de mi una sensación de opresión en el pecho que me vació los pulmones dejando escapar todo el aire que contenían. Todas las articulaciones de mi cuerpo se paralizaron y experimentaron un hormigueo electrizante, mientras del cuello y las sienes empezaban a brotar estrelladas gotas de sudor que se iban enfriando conforme introducía la cabeza en el umbral de la ventana.
Medité durante un instante sobre la posibilidad de llegar al fondo del asunto. ¿Qué ocurría en mi casa? Pensé en la posibilidad de que había llegado al punto de ver cosas que nadie veía: deducción que no me hacía ni pizca de gracia, al abordar un tema que me podría tratar de esquizofrénico. Por otro lado, más realista, acusé a mi imaginación de traidora, por confundir a mis sentidos. Pero la parte más morbosa de mi maquinante cerebro insistía en que algo raro, que escapaba a mi alcance, estaba sucediendo; y era esa parte la que me instaba a que alardeara de mi temeridad y escudriñara en lo más recóndito de la noche para buscar respuesta a mi danza con las sombras.
Sin volver a pensar en ello, corrí hacia mi dormitorio y cogí un jersey y, sin tiempo para buscar las llaves de mi casa, salí disparado dejando la puerta entreabierta, para poder entrar una vez hubiera vuelto. En mi carrera por el pasillo, en cuyo final se encontraba la escalera ascendente que conducía a la azotea, estuve a punto de arramblar al pobre señor Stevens. Frank Stevens era un hombre bastante mayor que, a pesar de sus ochenta y tantos, conservaba una larga melena que no se había cortado en años y que superaba a la mía con creces. El peligro de este hombre radicaba en su carácter violento alentado a veces por una profunda demencia senil que padecía, demencia que le impidió reconocerme (después de más de veinte años siendo vecinos) cuando al pasar por su lado lo saludé brevemente.
Subí apresuradamente las escaleras que, a pesar de su brevedad, supusieron un es-fuerzo debido a mi baja forma física. Encontré abierta la puerta de la terraza, lo que no impidió que me quedara con la manivela en la mano al intentar forcejearla. En ese momento una tremenda tromba de aire me empujó unos cuantos centímetros hacia atrás; me sujeté al marco de la puerta y avancé a contracorriente con el pelo enmarañado y los ojos llorosos a causa del viento.
La terraza a la luz de la luna resultaba un hervidero de sombras; pequeñas aves, entre ellas mochuelos, luchaban al igual que yo contra el viento y también algún que otro murciélago.
El cortante viento, que era más gélido en la terraza, atravesaba chimeneas, ventanas y la parte frondosa del forraje de los árboles provocando el característico silbido que ensordecía cualquier sonido que pretendiera eclipsar la potencia del viento.
Todo a la luz de la luna resultaba inusualmente más confuso; el tintineo de una farola medio fundida, las chimeneas, todo resultaba un estorbo frente a mi propósito: encontrar una persona en el ala oeste de la terraza, que era, con mucho, la menos iluminada.
Mis pies desnudos guarecidos dentro de mis zapatillas de felpa, estaban adormecidos a causa del frío.
Pasé por al lado de los alambres tensados, en los cuales se tendía la ropa, e inconscientemente desenganché una pinza y la mantuve en la mano cuan linterna que alumbra el camino.
Me estaba acercando al lugar desde el cual supuestamente había visto a alguien. Con la repisa a escasos tres metros y los intensos escalofríos que me recorrían el cuerpo desde las puntas de los pies hasta el último nervio de mi cuerpo, mi inquietud se había transformado en pánico. Girando continuamente la cabeza en derredor comprobaba mi afortunada o desafortunada soledad en la terraza. “Venga hombre, no es para tanto ¿qué esperas encontrar mirando por una azotea a diez metros de altura?” decía una voz tranquilizadora dentro de mi cabeza.
Un último paso me separaba de mi destino. En ese instante una imponente y pesada ráfaga de viento procedente de mi flanco derecho, me desvió hacia la izquierda como imperándome a que, desde aquella situación, no me asomara a la calle.