jueves, 30 de diciembre de 2010

El Regalo perfecto II

A la mañana siguiente, los niños, Melvin y Sara, corrieron a despertar a sus padres, Marc y Amber, ansiosos por abrir los regalos.
No se hicieron esperar y en bata, antes de desayunar se dispusieron a ver qué les había regalado Santa. Sara, la pequeña, fue la primera en abrir un paquete mediano que resultó tener un papel muy colorido. La niña miró con desasosiego a sus padres y comenzó a llorar, hasta que Amber cogió el papel y lo leyó. Era un abono para todo el año en un club hípico. Cuando la madre se lo explicó a la niña, ésta dio saltos de alegría y se lanzó a los brazos de su madre. Melvin fue el siguiente en abrir su regalo, pero antes de hacerlo miró a su padre:
-Espero que este año sí sea una videoconsola y no un estúpido libro. –dijo con una sonrisa maliciosa.
-Nunca se sabe. –dijo Marc sonriendo.
-Eso es que no lo es. –respondió el niño indignado aún sin abrir el paquete. –joder, cuando sea mayor me compraré 100 videoconsolas para mí solo. –dijo mientras abría por fin el paquete.
Al ver lo que contenía el chico dio un grito de rabia:
-¡¡¿ROPAAAAAAAAAAAAAA?!! –dio una patada a la caja. Sacó una camisa. –¡Y encima es demasiado grande! –dijo esto y se fue a su habitación soltando improperios.
Marc y Amber se quedaron parados mientras Sara daba vueltas por el salón haciendo como que montaba un caballo invisible. Para liberar la tensión creada tras el estallido de Melvin, Marc señaló a su mujer un pequeño paquete bajo el árbol:
-Ese creo que es tuyo. –sonriendo.
La mujer, ilusionada lo cogió y lo abrió.
Era un carta color crema con el logotipo de un conocido café de alto standing donde se reunía la gente más acaudalada de la ciudad. El sobre contenía una invitación de color negro con filigrana de oro viejo y letras estilizadas, donde se ofrecía a la Señora Amber Porlson una mesa reservada exclusivamente para ella durante un mes, junto con una consumición diaria. La mujer saltó y gritó de alegría y se lanzó a los brazos de su marido.
-Siempre he deseado ir a ese sitio y tomarme aunque fuera un vaso de agua, y charlar con esa gente, y sentarme en uno de sus mullidos sofás, y respirar el aire que respiran los ricos y… -Marc le puso un dedo en los labios para que se tranquilizara. Ella lo hizo, al menos en apariencia. La mujer miró a su hija, la cogió, la sentó en el sofá, le puso los dibujos animados y le dio su peluche preferido. Hecho eso agarró a su marido y lo condujo a su habitación.
Allí, Amber comenzó a desnudarlo con premura, mientras él hacía lo mismo con ella. Lo hicieron, mientras ella gemía y él se metía cada vez más adentro salvajemente. No se besaban casi. Hacía tiempo que no hacían el amor, desde que Marc se enteró de que su mujer le había sido infiel hacía unos tres años. No, ahora lo que hacían era…
-…follar otra vez.
Marc y Amber se sobresaltaron y se apresuraron a cubrirse con las sábanas, mientras una voz ronca hablaba desde la puerta ahora abierta.
-¿No puede uno estar tranquilo sin escuchar esos gemidos tan espantosos de yegua en celo? –su cara seguía siendo reconocible, a pesar de una sombra de vello bajo la nariz y en la barbilla, pero su voz había cambiado.
-¿Melvin? -dijeron al unísono.
El chico puso los ojos en blanco cansinamente.
-¿A quién esperáis, al conejo de pascua? –dijo el chico, cuya apariencia había pasado de los 13 a los 17 años, marchándose y cerrando la puerta.





Miguel Ibáñez S. ®

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