lunes, 11 de junio de 2012

Let me in

Dicen que es de débiles pedir disculpas. Bueno, yo creo que debe hacerse siempre que uno crea que alguien las merece.  Así que, antes de nada, mis disculpas. Sí, a mi querido blogger, por utilizar otro juego para ilustrar mis relatos.

 

Había revestido su alma con placas de acero y enclaustrado su corazón en una cámara de piedra. Había rodeado su cuerpo con dos gruesos muros y había apostado arqueros en sus almenas para disparar contra todo aquel que osara penetrar aquella inexpugnable fortaleza.

Pero si llegado el caso, si una mínima grieta se habría entre aquellas paredes, dentro esperaría una feroz y despiadada guarnición que repelería el ataque de aquellos que, sin un atisbo de maldad en sus actos, intentaran tomar aquel baluarte de los sinsentimiento.
[…]
-Descubre tu mano, maldita zorra.
-¿No prefieres hacerlo tú? Si gano aceptarás de una vez por todas que tus muros han caído –esto último no era una pregunta.

 El hombre afirmó con rotundidad, pues guardaba una jugada más que grandiosa. Pero la mujer habló antes de que él comenzara a desplegar sus cartas sobre la superficie de mármol negro.
- Venga, te concedo el honor de creerte vencedor durante unos instantes –sonrió mordiéndose el labio.

Por los ojos del hombre cruzó el reflejo de la duda, pero se mostró firme:
-Ahí lo tienes; escalera de color empezando por el As de picas –con una sonrisa triunfante.

La mujer se mostró algo impresionada y desplegó con desazón su mano: diez de corazones, jota de corazones, rey de corazones y as de corazones…
-Pero… -dijo el hombre –falta esa –señalando con una nerviosa mirada la carta que la mujer siempre había mantenido bocabajo desde el principio de la partida.

-¡Ah, sí! Qué despiste el mío –fingiendo bochorno.

Y sin observarla antes, le dio rápidamente la vuelta y la dejó en el hueco que había quedado entre la jota y el rey.

sábado, 12 de mayo de 2012

Noches de pub...

Sus miradas se cruzaron, sus cejas se alzaron y sus labios se curvaron en una sonrisa en el instante en que una idea perversa surcó sus mentes.
Dio un paso hacia ella y la puerta se cerró a sus espaldas impulsada por una mano femenina. Lo agarró por el pelo en el instante en que la condujo hasta una fría superficie nacarada. Allí no solo cayeron al suelo sus pertenencias, sino todo su recato, cautela  y sobriedad.
Desataron aquello que toda la noche había pugnado por salir, aquello que ahora no los hacía dueños de sus propios actos y que los hacía volar hacia lugares en los que nada ni nadie existía en derredor.
No les importaban las consecuencias de aquello y así lo hicieron ver.

El hombre era aprisionado en ese instante entre unas largas piernas que expresaban los deseos de su poseedora. Él la agarró por el pelo y echó hacia atrás su cabeza para dejar el cuello a su merced. De él manó un olor que transformaron la mirada del hombre, y sin pensarlo dos veces clavó allí sus dientes. La mujer se deshizo en ahogados gemidos mientras se mordía el labio y sus manos escribían, más que describían, un mapa de arañazos en la espalda del joven. El mundo no existía; los aseos del pub se habían oscurecido y los sonidos exteriores habían enmudecido a sus oídos.
Solo existían ellos. Sin preocupaciones, sin consecuencias que temer, sin nada que controlar…
Pero las consecuencias se materializaron de la manera más embarazosa posible. En ese instante, su danza se detuvo casi en seco cuando comprobaron que no estaban solos en la estancia.
Pugnaron por continuar con aquello, pero les fue casi imposible, a pesar de que la presencia, con más apuro y estupor que diversión, salió de allí con celeridad.
Los sorprendidos, absortos en lo que tenían delante, con la respiración entrecortada y algunas rojeces en el cuerpo, decidieron pues volver al mundo exterior, a la realidad, a emerger de sus cuerpos excitados y a afrontar sus actos.

Y una vez fuera, entre la aclamación popular, abandonaron aquel lugar con más pudor que osadía.

jueves, 12 de abril de 2012

Disfraza tu cicatriz

Al enjuagar tus entrañas,
Las punzadas son abiertas
Por ruidosas raíces,
La noche ya está despierta.

Pero las nubes riegan,
Las zanjas son empozadas,
Los potros no tropiezan,
Te rasgas con la maleza.

Tropieza el río y
Disfraza tu cicatriz,
Anudado el viento al fin.
...un charco de culpa,
cuello que se ahogó...

En la tormenta lloras,
En la tormenta tú lloras.

Al aguardar obediente,
Las brasas serán palpadas,
Saliendo de tus poros
La razón es revocada.

Pero la noche suda,
Las ascuas serán tus logros,
Las cenizas abortan,
Todavía has muerto poco.

Tropieza el río y
Disfraza tu cicatriz,
Anudado el viento al fin.
...un charco de culpa,
cuello que se ahogó...

En la tormenta lloras,
En la tormenta tú lloras.

Hasta que salga el sol,
Hasta que apriete el sol,
Hasta que ahogue el sol.




viernes, 6 de abril de 2012

Welcome to Hell

Para muchos la palabra paraíso los traslada a un lugar idílico lleno de playas con arena blanca como el nácar, aguas tan azuladas que compiten hasta con el mismísimo cielo, palmeras tan altas como inalcanzables son algunos sueños y sonidos susurrantes y apacibles que trasmiten el eco de los propios dioses.
Entonces me pregunto: ¿qué sería el infierno, lo opuesto, la némesis? ¿Fuego, calor, dolor, sufrimiento…?
Dejadme que os diga que el sufrimiento, el dolor, la paz, la tranquilidad, los sentimientos (amor u odio), el bienestar y demás cosas, residen nada más y nada menos que donde la gente quiere y cree que reside. Es tan subjetivo como puede serlo el color de las paredes de mi habitación; unas veces gris, otras beige y otras blanco.
Para alguien el dolor puede ser placentero, los sentimientos dolorosos, la paz puede ser vana, e incluso el bienestar puede estar en sufrir o en alcanzar cosas que otros verían como desadaptativas. Pero ¿quién dice lo que necesitamos? ¿quién nos empuja a hacer lo que hacemos? ¿quién nos da latigazos para que avancemos o nos amarra para quedarnos estancados?
No nos engañemos, somos nosotros. Podemos ser nuestros mejores aliados o nuestros peores enemigos. Los que nos damos fuerzas para conseguir lo que necesitamos o los que nos cortamos las alas para no alcanzar lo que queremos. Pero es cierto, y he aquí la pugna, que muchas veces lo que queremos o lo que buscamos no es realmente lo que necesitamos. Pero cuando esas cosas coinciden es cuando alcanzamos el puto paraíso aunque creamos que es el propio Belcebú el que nos ha abierto las puertas del infierno.
Lo peor es que no haya nadie para decírnoslo, para ayudarnos a elegir, para empujarnos al maldito abismo y aterrizar donde sea, en otro sitio diferente, pero donde sea  que podamos comenzar de nuevo, moldear tu vida de nuevo como si fuera una talla de barro y hacerla con esas manos que un día dejaron que te hundieras para renacer de nuevo.
He estado en lo que muchos llaman el paraíso, he visto y hecho cosas que quizás nunca vuelva a ver ni a hacer, y francamente, por muy raro e incompresible que la gente lo vea, no lo echo de menos.
El paraíso para mí reside en otro sitio y en otras metas, y esas aún no han sido alcanzadas, y mientras no lo sean, el infierno será mi refugio, el fuego será mi manto y el anhelo mi esperanza.




P.D: Luna llena... te odio, maldita ramera =)


Three Days Grace-Break

domingo, 19 de febrero de 2012

I'm Jack's [...]

Una valiosa escena en un descanso del rodaje de El Club de la Lucha que encontré:


Y una gran frase:
"A condom is the glass slipper for our generation. You slip one on when you meet a stranger. You "dance" all night, and then you throw it away. The condom, I mean, not the stranger."

martes, 7 de febrero de 2012

domingo, 5 de febrero de 2012

Noches de bar

Lo atrajo hacia sí agarrándolo por la corbata, provocando que el contenido de su vaso de whisky se derramara por el interior de su muslo izquierdo.
La mujer, con la mirada clavada en él y aún sentada en el taburete, lo aprisionó entre sus piernas atrayéndolo hacia su interior.
El hombre dejó el vaso de bebida ambarina sobre la barra y se acercó a su oído para decirle que le encantaría echarla sobre una mesa y follarla desenfrenadamente a ojos de todos y para la envidia de los allí presentes.
La mujer no lo soltó de la presa que hacía con sus piernas y lo miró desafiante. A continuación, deslizó su mano por debajo de la camisa del hombre hacia el hombro y allí clavó sus uñas, arrastró y pudo ver como se deshacía en esa sensación de lujurioso y candente dolor. Si no había provocado que aflorara sangre era porque no había apretado lo suficiente o porque ésta se había dirigido hacia otro sitio.
Él apartó su cabello, lo único que lo separaba de aquella franja de piel tan apetecible y que tantas debilidades desataba. Allí donde el alma animal de cada uno era más superficial y sensible y donde la voluntad se evaporaba junto al calor que del cuerpo manaba. Mordió su cuello, ese lugar donde un instintivo escalofrío provocaba que el más manso de los gatos se transformara en la más salvaje de las panteras con una sed de sangre voraz.
Él estaba duro y respiraba como un león hambriento, y ella no pudo más que mojar su entrepierna y morderse el labio con fuerza.
Con el alma prendida por el fuego del infierno, se separaron lentamente y los dos volvieron a su fría realidad.

Y allí, a unos metros de distancia y a días de diferencia, en el mismo bar, ambos miraron en solitario ese taburete vacío imaginando de forma melancólica y deleitable todo lo que allí podría haber sucedido.



Foo Fighters-All my life

sábado, 4 de febrero de 2012

La Caída II

Vangelis-Conquest of paradise

El sabor del vino podía aún paladearse en sus labios, al igual que sentir el aroma que manaba de su cuello y su pecho. Estaba algo aturdido, al igual que la mayoría de las mañanas de los últimos meses. Dormía poco y pensaba demasiado, y ello estaba suponiendo una pesadilla para su salud y pasando factura a su humor y a su estado de ánimo.
Pestañeó varias veces para acostumbrar sus ojos a la tenue luz de aquella gris mañana, y se presionó el entrecejo mientras cerraba los ojos con fuerza. Estiró el brazo izquierdo resoplando y desperezándose sin esperar que chocaría contra algo, pero sí lo hizo. La figura a su lado, que se dibujaba bajo las sábanas, le daba la espalda; una hermosa espalda con algún lunar aquí y allá.
Se tornó hacia ella y la abrazó por detrás. La muchacha dio un repullo y cuando supo qué era lo que sucedía, acarició el antebrazo de Marcus suavemente con las uñas y se puso las manos del joven sobre el pecho desnudo.
El general se acurrucó en su espalda y sus ojos se cerraron de nuevo.


-No, pero… ¿por qué? Te quiero, no… no lo hagas –suplicaba de forma casi patética mientras el filo de una daga curva se dibujaba sobre el fondo negro de la estancia.

La respiración de Marcus se agitaba y su corazón pedía a gritos salirle por la boca:
-Por favor… no –imploró de nuevo, y al parecer, la figura femenina, que se aproximaba hacia él, cambió de idea, ocultando la daga y descendiendo hacia su entrepierna -haz esto otro –dijo cogiéndole la cabeza –sigue… mírame, quiero verte la cara –apartándole el pelo.

Pero no llegó a verla. Como en las demás ocasiones, una sombra difusa ocultaba el rostro de la mujer proyectando tan solo unos ojos rojos inyectados en sangre. De forma repentina, la daga volvió a brillar por última vez antes de bajar repetidas veces sobre Marcus haciendo manar un líquido oscuro de su torso.
-Mira, la sangre a la luz de la luna es casi negra –la voz femenina reía mientras Marcus, aún en shock, era incapaz de articular palabra.



En ese instante, golpearon el portón de sus aposentos. El joven despertó al instante y al darse la vuelta en su sobresalto, cayó de la cama.
-¡Mi General, estandartes! –bramó un soldado desde el otro lado.

Cuando se dio cuenta de dónde se encontraba, se incorporó raudo y, aún con la respiración entrecortada, se sentó en la cama. Suspiró profundamente y miró a su lado: la joven seguía allí. Sin percatarse de que estaba desnudo descorrió el pestillo, abrió la puerta mirando al soldado y henchido de rabia:
-Tienes la sutileza en el culo ¿te lo habían dicho?

-Mi señor, creí que… -comenzó el soldado algo abochornado.

-Pues creíste mal –dijo Marcus aún apretando los dientes –Estandartes… ¿cómo? ¿de qué? Distancia, unidades, paso, ¿se han lavado la cara esta mañana? ¿llevan legañas? Habla.

El joven general había conseguido amedrentar al soldado, que ahora solo balbuceaba:
-Pu… pues, so… son unos 50, con u… u… una decena de portaestandartes, to… todos a caballo –dijo atropelladamente. Marcus lo miró impaciente enarbolando una ceja y con la pregunta de: “¿nada más?” grabada en su rostro –Los mo… montaraces di… dicen que acaban de cruzar el pa… paso de Zancada… do…dos leones rampantes opuestos so… sobre campo de gu.. gules, señor. Quizás vengan a parlamentar.

Sí, a parlamentarme a mí los cojones. Esa es la vanguardia, seguro que detrás viene el grueso del ejército, jodido inútil, pero no lo dijo.
-Los Lauser… –murmuró Marcus.

-¿Disculpe, mi general? –preguntó el soldado.

-Llame al Lord Comandante Broadbent, -su cara ya no reflejaba enfado, sino acción y contundencia -dígale en mi nombre que reúna a los Maestres de Campo en la sala de Juntas, estaré allí en breve –ambos se quedaron mirando -Vamos, muévase como si se quitara avispas del culo, maldita sea.

-Sí, señor –y el soldado se fue con apremio dejando a Marcus con la duda de si había entendido bien las órdenes.

Al cerrar la puerta y volver la vista a sus aposentos, el joven percibió estos un poco más oscuros, más fríos. Buscó con la mirada por cada rincón y junto al ventanal encontró sus pantalones. Se los calzó y se volvió a echar en la cama sin darse cuenta siquiera que la mujer a su lado estaba despierta, con los ojos abiertos y mirándolo mientras las sábanas dejaban poco lugar a la imaginación de lo que no llegaban a cubrir.
-Mi señor…

-Sí, los tenemos encima…-dijo ausente -tengo que darme prisa –pero al parecer no tenía ni pizca de ganas. El tiempo se había detenido al echarse en el jergón y tuvo miedo de que si ponía un pie en el frío suelo de piedra, éste volviera a avanzar.

Volvió su mirada hacia la joven. A aquellos ojos que la noche anterior habían sido el mar por el que había zarpado sin miedo a verse perdido en la tormenta que él mismo había provocado. Finalmente, el joven se levantó de la cama en el momento en el que la mujer alargó el brazo para cogerlo consiguiendo tan solo rozarlo a duras penas.
El general lo notó, se giró y sin pensarlo se echó encima de ella besándola de forma arrebatadora mientras ésta volvía a deshacerle las lazadas de los pantalones. Marcus sumergió sus labios en su boca, su cuello y bajó hacia sus senos, y en el momento en el que ella llegó a su miembro, él se detuvo y agarró su mano, la templó y la aprisionó contra la cama a modo de arresto.
Se quedó un instante sobre ella, respirando profundamente mientras sus ojos manaban una mezcla de deseo y lujuria.
-No tenemos tiempo -dijo sin estar seguro de que era aquello lo que debía hacer.

-Pero… mi señor, y si no volv… -Marcus posó un dedo sobre sus labios y acalló aquella horrible posibilidad.

-Lo haré, y si no lo hago, vuestra mirada será lo último que surque mi mente –le había quedado tan bien, que hubiera deseado que de verdad así fuera.

Una vez calmado, se levantó y volvió a anudarse los cordones del pantalón. Se calzó las botas de piel marrones y en lugar de la camisola de lino, se enfundó una más formal. Sobre ella, el tabardo con el emblema de su familia y la insignia de General. Cogió su preciada Zadia, que descansaba contra la pared, y se la ajustó a la cintura. Se refrescó la cara en una tina de agua y completó su atuendo con una capa color beige.
Al salir intentó no volver la mirada hacia la cama donde unos ojos desconsolados veían como se marchaba. Pero fue débil y lo hizo. Respiró por última vez el olor de su alcoba mientras la observaba, y apretando los labios levemente afligido, cerró tras de sí.

Una vez en el pasillo y de camino a la sala de juntas puso en orden sus prioridades a partir de ahí. Si el ejército del Emperador había cruzado Helder y vencido a los Blenoir, quizás su primo también habría sucumbido al empuje de las tropas de Lombard.
En ese instante,  mientras entraba en la sala con la cabeza alta observando a los presentes ya ataviados con relucientes armaduras, unas más abolladas que otras, que se habían puesto en pie a su llegada, recordó las últimas palabras de su primo: “Si muero, si me capturan o si está claro que hemos perdido la guerra, rinde Tauton y cúlpame de todo. No permitiré que nuestra familia caiga conmigo. Júramelo, no te pido tu opinión, Marcus, soy tu señor y si no me obedeces ordenaré que te encarcelen”.

-Mi General, tenemos que… -comenzó el Comandante Broadbent sin darle tiempo a Marcus siquiera a sentarse. Éste alzó la mano y lo hizo callar hasta que hubo llegado a su sitio.

Los miró a todos y cada uno con una tranquilidad pasmosa, totalmente en disonancia con lo que sentía por dentro.
Comenzó a observar con detenimiento un enorme mapa desplegado sobre la mesa. No articuló ni media palabra y el resto de oficiales, aunque de buena gana habrían comenzado a cacarear como posesos, tampoco lo hicieron. Prefirieron permanecer expectantes a lo que dictaminara aquel joven que presidía la mesa.
Marcus alzó por fin la vista del mapa:
-Señores, sabíamos que esto llegaría tarde o temprano, y no veo ningún inconveniente para continuar con la maniobra que teníamos planeada para tal efecto.

-Pero, mi General… -comenzó con voz contundente el Maestre de Campo Ranvier, un hombre de portentosas espaldas y patillas pobladas, cuya armadura podía diferenciarse como la más abollada y curtida de todas.

-No hay peros –lo cortó Marcus -No os lo estoy pidiendo, no es una ruego y por supuesto no estoy dando pie a una discusión al respecto. Es una orden, caballeros. –miró a Broadbent –Lord Comandante, vos lideraréis la operación y Ranvier os acompañará, yo me quedaré en Tauton dirigiendo la vanguardia.

-Mi señor, correréis un grave pe… -comenzó Broadbent lo más rápido que pudo, pero aún así, Marcus lo aplacó.

-No hay nada más que hablar, partiréis cuanto antes –miró al resto: -Caballeros, no hay tiempo que perder. Conocen el terreno, conocen las órdenes, conocen a nuestro enemigo… saben de sobra lo que tienen que hacer –dicho aquello, inclinó la cabeza a modo de saludo y salió de la sala de Juntas antes que nadie.

Y es que, aunque la reunión había sido breve, ya que la situación así lo requería, a Marcus se le había antojado eterna.

***


Mientras su armadura estaba siendo ceñida torpemente por su escudero, el joven general mantenía ocupada su mente preparando lo que tendría que decir para arengar a sus hombres y mentalizándose para lo que se le vendría encima. Tanto que ni siquiera puso objeciones cuando por segunda vez el muchacho engarzó mal el gorjal y éste cayó al suelo produciendo un desagradable sonido metálico.
Su cabeza estaba en otro sitio, quizás en su alcoba, quizás aún en las palabras de su primo, pero lo cierto era que no estaba pendiente de si su indumentaria de batalla estaba lista. Aún así, cuando lo creyó, salió apresuradamente de su despacho en dirección al patio central de armas, donde el contingente de soldados y caballeros esperaban sin formar.

Sobre las escaleras de piedra que daban a las almenas de las murallas, con la cabeza alta y su mano izquierda posada sobre el arriaz de su espada, perdió la mirada entre sus hombres:

-Caballeros de Tauton –gritó -Vuestras tierras, vuestras familias y vuestras gentes os reclaman. Aunque no los escuchéis desde aquí, gritan y piden que los salvéis de aquellos que han osado declararnos en rebeldía y atacarnos sin un casus beli apropiado pretendiendo llegar hasta aquí por la fuerza. –se detuvo y continuó para que sus palabras recalasen -Os han llamado asesinos, violadores y ladrones. Con sus calumnias y su guerra sin sentido han perturbado la paz de nuestra tierra y traído la muerte a ella. Han arrasado campos, vertido sangre inocente y destruido todo aquello que con tanto esfuerzo nos costó levantar. Pretenden someternos a la opresión y al yugo que antaño sufrieron nuestros antepasados. Quitarnos aquello que nos hace hombres, que nos diferencia de los animales; nuestro bien más preciado ¡La libertad!

Los soldados gritaron enardecidos ante las palabras de su joven General.
-Hermanos, al otro lado de esas murallas nos espera un ejército con numerosos hombres, pero con inferior número de caballeros. Yo iré delante, seguid mi paso y no os separéis. Vuestro general no os abandonará, luchará a vuestro lado. Porque no podría encontrar mejor manera de caer, ni mejor motivo por el que luchar, ni por supuesto mejores hombres junto a los que combatir.

Sus hombres emitieron una mezcla de júbilo y sed de batalla.
Están listos, pensó, mientras una tímida gota de lluvia acarició su nariz. Miró arriba: El cielo llora prematuramente; hoy morirán muchos hombres, se dijo antes de ascender.

Culminó finalmente en las murallas mientras vio algo que le heló la sangre. Lo esperaba francamente, pero aún así lo perturbó.
Tras los anunciados estandartes con dos leones rampantes opuestos sobre campo de gules portados por la caballería, comenzaron a sucederse puntas de lanza, picas y a continuación cascos. Hasta que finalmente descubrieron, no un contingente, si no varias formaciones de más de mil hombres cada una. Su formación indicaba que abrirían dos frentes y atacarían el flanco norte y el este de la ciudad. Marcus así lo había previsto, ya que él mismo lo habría hecho de esa manera, haciendo caso a una consigna que le inculcaron desde pequeño: “Si quieres vencer a tu enemigo, imagina que es una máquina perfecta”

-Caballeros antiguos, conmigo en la vanguardia –gritó una vez hubo descendido de nuevo de las almenas -Caballeros novicios en la retaguardia –A continuación una retahíla de instrucciones llegaron a oídos de sus maestres de campo para que los trasmitieran sobre la pintura a los soldados.

Mientras las enormes puertas de madera se abrían y las tímidas gotas hacían ahora alarde de osadía, Marcus no pudo si no volver a recordar las palabras de su primo, y antes de lanzarse a la vanguardia de sus tropas, solo pudo pensar una cosa:

Lo siento.



miércoles, 1 de febrero de 2012

Noches de invierno (I'm here again)

Aquí estoy otra vez, pensó en el momento en el que su espalda enfundada en cuero se apoyó sobre la fría pared de piedra.
Aquel era su rincón, al que tantas veces había recurrido para evadirse del mundo, aunque en ese lugar no pudiera sentirse más rodeado.
La iluminación instalada recientemente lo hacían menos atractivo a su juicio; podía pasar menos desapercibido y las sombras danzantes que se dibujaban en la pared de enfrente lo inquietaban.
Alzó la vista.
Ocho imponentes edificios circundaban aquella plaza. Sus incontables ventanas, algunas de las cuales permanecían encendidas y otras iban pereciendo conforme avanzaba la noche, escondían mil historias tras sus cristales. Las luces que se encendían y apagaban daban a Alastair la sensación de que eran los guiños que el edificio enviaba a los viandantes lo suficientemente observadores como para apreciarlos.
Vaya gilipollez, se dijo tras pensarlo un instante y cambiar de canción.

Aún recordaba el motivo por el que había acudido a aquel lugar por primera vez aquella noche de julio que se le antojaba tan sumamente cercana. Y no sabía si eran aquellos recuerdos encerrados entre aquellas piedras, aquellos árboles y aquellos columpios o la realidad de su más profundo ser, la que en ese momento hizo que emergiera de nuevo esa desazón en su interior.
Recordó entonces aquella carita en forma de corazón, de nariz pequeña y ojos oscuros. Hacía un par de meses que no sabía nada de ella. Pero lo cierto y triste era que Chloe era así de inconstante. No podías dar por hecho que su fidelidad y perseverancia fueran tuyas. Era libre, independiente e inmortal. Pero tenía el innegable don de aparecer cuando se la necesitaba. Alastair aún se preguntaba cómo lo hacía para aparecer sin ser llamada al lugar y en el momento en el que él pedía a gritos a alguien.
Fue entonces cuando imaginó qué le diría si lo viera allí de nuevo.

Entonces volvió a sonar aquella canción: “If I had to, i would put myself right beside you” y la pasó. Al levantar la cabeza, una figura menuda de pelo oscuro se dirigía hacia él. Su corazón comenzó a latir más apresuradamente, pero no era ella, y dobló la esquina sin mirar a Alastair, como si de parte del mobiliario urbano se tratara.
Había salido de casa con la vaga sensación de que esa noche no aparecería, pero ahora una voz en su interior lo confirmaba.
Con las manos heladas y el trasero entumecido se levantó y miró el reloj: llevaba más de hora y media allí sentado con la mirada más perdida que su mente; y eso era decir mucho.
Miró al cielo y vislumbró a duras penas aquellas estrellas cuya luz no era eclipsada por la notable contaminación lumínica de la ciudad, al mismo tiempo que sonaba: “…when darkness comes I'll light the night with stars, hear the whispers in the dark”.
La pasó de nuevo para que sonara: “I fell asleep last Saturday, underneath polluted skies I walked alone in those Jersey nights, and I saw the boardwalk start to fall…” 

Vete a la mierda, pensó mientras desconectaba el reproductor y deshacía sus pasos de vuelta a casa.
La ciudad estaba desierta; los barrenderos hacían su ronda de limpieza, los semáforos regulaban avenidas fantasma, las bocanadas de aire frío campaban a su anchas y ni siquiera los patos del río tenían ánimos para un chapuzón.
Nadie deambulaba por las calles.
Nadie excepto una figura menuda de piel clara, rostro en forma de corazón, ojos y pelo oscuros y un lunar bajo el labio. Tomó el sitio que Alastair había estado ocupando toda la noche en el instante en el que una lágrima descendió por su mejilla.
Algo no quiso que esa noche se encontraran. Y por suerte (o por desgracia) así fue, porque quizás todo en el futuro hubiera sucedido de forma distinta.

Nos creamos mil historias en la mente haciendo uso de lo que muchos llaman pensamiento contrafáctico. Inventamos y barajamos las posibilidades de algo que podría haber sucedido si… No sucederá y no merece la pena prestarle más atención o nos olvidaremos de lo que es mirar de frente. Porque, al fin y al cabo, vivimos, a la vez que experimentamos, en el ensayo de una obra que jamás se estrenará por triste que así suene.

miércoles, 25 de enero de 2012

Escape...

Déjame, que reviente el mundo en dos patadas, y arañar lo que quede en pie de sus entrañas...


P.D: El dibujo en sí es una mierda, pero en cambio es un buen reflejo.

domingo, 15 de enero de 2012

Movie speech (V) [...]


"Roma arde, dijo mientras se servía otra copa, y sigo hundido hasta las rodillas en un río de mujeres. Aquí llega, pensó ella, otra diatriba empapada en whisky sobre lo maravilloso que era todo en el pasado, y sobre como nosotras, pobres almas perdidas, nacimos tarde para ver a los Stone o para esnifar coca como ellos en el estudio 54. Parece que todos nos hemos perdido todo aquello por lo que merece la pena vivir. Y lo peor de todo era que ella estaba de acuerdo con él. 

Aquí estamos, pensó ella, en la cima del mundo, en el límite de la civilización occidental, y todos nosotros estamos tan desesperados por sentir algo, cualquier cosa, que seguimos chocando unos contra otros y jodiéndonos el camino hasta el fin de los tiempos."
Mia Lewis, Californication (Cap 6 de la 1ª Temp)


jueves, 12 de enero de 2012

La Caída I

X-Ray Dog-Apassionata

El día, al igual que todos los de la última semana, había pasado demasiado rápido, pensó Marcus mientras observaba embelesado el albo resplandor mortecino que la luna llena vertía sobre los jardines que rodeaban el castillo.
Bajó la mirada y la dirigió allí donde los parterres eran más frondosos y las rosas salpicaban cada palmo del jardín con sus diversas formas y matices.
Pero no se detuvo ahí y miró más allá, donde los arbustos ya precisaban de una pronta poda, aunque igualmente conservaran la beldad de lo salvaje dentro de tanta armonía.
Se dio cuenta, con cierta desazón, que hacía tiempo que no visitaba aquella zona. Recordó cuando jugaba con sus hermanos y sus primos entre aquellos arbustos y soñaban con ser soldados o caballeros. Sus primos hicieron realidad sus sueños, no así él, cuyo futuro se vio truncado por una muerte.
Se le notó levemente en el rostro que estaba algo más serio, más nostálgico. Por suerte no había nadie que pudiera observarlo, pero aún así intentó disimularlo con un sorbo de vino.
No obstante, el desasosiego se apoderó de él cuando volvió al presente. A pesar de la calma que allí se respiraba, el joven general sabía que las huestes enemigas, las temibles hordas de Lombard, compuestas por miles de hombres, se aproximaban hacia ellos.
Era consciente de ello y por ese motivo permanecía aparentemente impasible en aquel lugar.
Desde el balcón de sus aposentos podía ver incluso más allá de las murallas que rodeaban la ciudad. Si un contingente tan numeroso, como aquel del que informaban los batidores que había enviado, se aproximaba, la voz de alarma sería dada y los planes que aquel joven había urdido se pondrían en marcha.
No hay nada que temer, se repetía una y otra vez intentado convencerse.
Absorto en sus pensamientos y sumergido en recuerdos, yendo y viniendo en el tiempo, Marcus había olvidado el motivo por el que no estaba en su despacho de la jefatura militar.
Ella.

Y en ese instante, como si le hubiera leído la mente, un cuerpo de movimientos livianos y cubierto tan solo por un fino vestido de seda color malva, rompió la quietud del momento acercándose a él por detrás y acariciándole el brazo.
-¿Qué tiene a mi señor tan preocupado? –dijo una suave voz femenina.

La guerra, maldita estúpida, estuvo a punto de decirle. Pero no lo hizo:
-Que hacía tiempo no veía luna tan espléndida. La disfrutaba, simplemente…

La mujer lo miró suspicaz:
-No mintáis, mi señor –acariciándole el costado por encima de la camisola de lino, allí donde una enorme cicatriz lo surcaba.

El joven sonrió sin ganas y algo ausente:
-Para qué mentir… la guerra. Me quita el sueño tanto como a todos, porque aunque estemos a salvo aquí, en el corazón de… todo, soy responsable de la vida y la muerte de mucha gente. –comenzó a divagar -Si ganamos, obtendremos la libertad y la prosperidad de nuestra tierra y de nuestras gentes, pero si todo cae –a lo cual todo apunta, pensó -seré el culpable de la destrucción total a la que seremos sometidos… -miró al suelo y decidió cambiar su rostro que comenzaba a alcanzar un tono casi cetrino –Pero bueno, aquí estamos, en uno de los rincones más bonitos de todo el imperio, evadiendo nuestras preocupaciones y buscando como aliviar nuestra carga. –dijo casi forzado a sonreír.

-Sois muy duro con vos, mi señor… –la muchacha no sabía si alabar su genio militar y recordarle las victorias que había obtenido otrora o apartarlo de aquel lugar y así de sus atormentados pensamientos -Contadme algo sobre las tierras del sur –optando por la segunda opción.

El hombre la miró con seriedad, pero su gesto se ablandó y sonrió de forma genuina aunque levemente:
-Os complaceré –dijo a sabiendas de la intención que se escondía tras aquel cambio tema -Podría deciros que son bonitas, exóticas, apacibles, cálidas… pero supongo que todos esos calificativos dependen de los ojos que las miren –sonrió –No niego que tienen rincones preciosos como las famosas Fuentes del Sol, dónde los jardines, las edificaciones, las extrañas flores que lo pueblan todo y el agua que brota mansamente de los rincones más inesperados, le dan un aire pintoresco y agradable; gentes de tez morena y acento sureño a veces mezclado con el de comerciantes y viajeros de las islas al otro lado del Mar de Ampur y de las ciudades de la Bahía de Calas; salpicada de esencias provenientes tanto de su peculiar comida como de las varillas de exóticos aromas que pueblan cada rincón; una tranquilidad tan solo digna de la soledad y de la cálida brisa del desierto, y con una temperatura que excede a la de nuestras tierras. –sin quererlo se estaba trasladando a unos meses  atrás, allí, a las Fuentes del Sol. –Pero no terminan de ser de mi agrado. La gente es algo más tosca y por qué no decirlo, más libertina –curioso que eso lo dijera el General Marcus el putero –el calor es poco menos que asfixiante, el desierto es… desierto. Arena y… más arena, y el ambiente aún se puede cortar con un cuchillo. Aunque lo nieguen, los sureños acaban de salir de una guerra civil. No es precisamente una tierra segura en estos tiempos. –cambió su tono a algo más jovial -Pero no pretendo desalentaros, mi Lady –le tomó una mano de forma instintiva –Si todo acaba bien podréis acompañarme cuando emprenda otro viaje. Dudo de que el encanto de las tierras del sur escapen a vuestros sentidos –la besó allí donde la había tomado.

La mujer lo miró casi extasiada y olvidando con quién estaba y quién era aquel hombre, le quitó la copa de vino, bebió de ella y tras dejarla en el alféizar, lo besó. Aunque más que eso lo que hizo fue acariciar los labios del general con los suyos, húmedos y cálidos a la vez, con el sabor afrutado del vino, y dar un pequeño mordisco en el inferior.
Con mirada pícara reflejada en aquellos ojos negros, la joven de oscuros cabellos se alejó dirigiéndose de nuevo hacia dentro, hacia los aposentos.
Marcus la observó con el deseo fulgurando en sus ojos, mientras las finas sedas del vestido realzaban cada una de las curvas de aquel cuerpo al contonearse con cada paso.
-Si mi señor ha dejado de atormentarse, puede venir a echarme una mano con estas lazadas.

Debo estar delirando, pensó mientras veía alejarse a la mujer.
Quizás aquella fuera la última oportunidad que tendría. Quizás al día siguiente le llegaran noticias de que el ejército enemigo estaba asaltando las murallas y tuviera que ponerse incluso a la vanguardia de la contraofensiva. No sería Marcus si se quedaba donde estaba.

Y antes de que la mujer llegara siquiera a cruzar las cortinas que pendían a la entrada y separaban el balcón de los aposentos, el joven general la agarró del brazo y después de la cintura para atraerla hacia sí. Se miraron, y lo hicieron allí donde se encontraba aquello que ambos anhelaban. Casualmente ambos ansiaban el cuello del otro, por lo que tuvieron que competir como fieras para conseguir el bocado.

La joven desató con celeridad las lazadas de los pantalones del general mientras él le deslizaba un tirante y mordía su hombro.
Con determinación y paciencia, Marcus intentaba caminar hacia el lecho paso a paso para hacer que la chica retrocediera mientras su dedo describía círculos en su pezón y sus labios se fundían con los suyos.
En ese instante, la empujó con osadía y ella cayó de espaldas con una leve exhalación de sorpresa. La mujer se recostó apoyando sus brazos en la cama, y con mirada lasciva abrió ligeramente las piernas para recibir al joven.
Y en el instante en el que se abalanzó sobre ella dejó de ser humano.
Olvidó dónde estaba, olvidó la lealtad, el honor, la responsabilidad de sus galones y hasta su apellido. Olvidó a su primo, el Lord de aquel territorio, ante el cual había jurado rendir la ciudad si él moría y la guerra estaba perdida.
En ese instante, el enemigo podía asediarlos, prender la ciudad y reducir sus muros a gravilla, matar a sus gentes; podía incluso lanzar y clavarle una flecha a Marcus en el culo, que no abandonaría aquella alcoba, aquella cama, a aquella mujer que se deshacía en gemidos bajo sus embestidas.
Porque a pesar de todo tenía clara una cosa: había nacido hombre, no general. Y los hombres, como animales que eran, atendían a sus instintos más de lo que ellos pensaban. Ya fuera incluso para ser líderes en la batalla.
En cualquier batalla.

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