jueves, 30 de diciembre de 2010

El Regalo perfecto III, IV y V

III

Al día siguiente por la mañana, mientras Amber visitaba el L’Anjou café, Marc llevaba a Sara al club de hípica para comenzar sus clases de montar. El día fue redondo para todos, menos para Melvin que se había quedado en casa durmiendo.
Pasó una semana. En ella Amber había conocido a mucha gente, entre la cual se encontraba desde repelentes pijas niñas de papá, hasta mujeres mayores con abrigos de visón. También se pasaban por allí atractivos hombres de negocios a los que, inevitablemente Amber les había echado el ojo. En el club de hípica, Sara dominaba cada vez mejor la técnica y al caballo, bajo la atenta mirada del que posiblemente no fuera su padre. Por otro lado Melvin apenas pisaba la casa. Salía por la noche y volvía al día siguiente ido perdido. Había crecido bastante durante los últimos días. Ahora aparentaba tener más de 25 años. Pero unos veinticinco muy mal llevados, entre drogas, alcohol y mala gente.


IV
-Vaya, veo que está usted casada. –dijo el hombre 
mientras observaba la alianza de Amber.

“Mierda”, pensó ella a la vez que intentaba ocultarla con la otra mano.
-En realidad, estoy en proceso de divorcio. –sonrió ella pícara.
-Oh, en ese caso no le importará que me tome algo con usted.
-Por supuesto que no, gentil hombre. Acompañe a esta solitaria señorita. –dijo con voz provocativa.
Ambos se miraron profundamente, intentando adivinar qué decir para que acabaran donde querían acabar. La conversación continuó sin mucho acierto, mientras las tazas de café daban paso al té y después a los martinis. Hasta que:
-Somos dos almas solitarias sin nadie a quien ofrecer nuestro cariño. –dijo el hombre de forma empalagosa.
Amber le contestó con una sonrisa y una invitación a su entrepierna, que con toda seguridad sería una invitación de él a su cuenta corriente.

V

Era martes otra vez, la semana había pasado volando. Esa mañana Marc se llevó una desconcertante sorpresa. Su mujer no estaba. Habría podido pensar que había madrugado, cosa de lo más inusual en ella, pero recordó que no había pasado la noche allí tampoco. Su ropa ni ninguna de sus cosas estaban. Tampoco recordaba si habían estado allí la noche anterior. Sara entró en ese momento en la habitación:
-Papi, tenemos que ir a caballo. –dijo restregándose los ojos de sueño.

Al salir por la puerta, Melvin entraba, borracho como una cuba, con los ojos rojos y un tufo a alcohol y a marihuana que se olía por todo el pasillo.
-¿Qué coño?... –dijo Marc al verlo.
-Papá ¿qué le pasa a Mel? –preguntó Sara.
Marc no contestó. Cogió a su hijo del pescuezo y le metió la cabeza debajo de la ducha:
-Cuando vuelva más te vale que te hayas cambiado y despejado, que ya hablaremos. Voy a llevar a tu hermana a caballo. –pero antes de salir. –Ah, y llama a tu madre, a ver dónde cojones se ha metido. –y dio un portazo.





Miguel Ibáñez S. ®

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