Dio
un paso hacia ella y la puerta se cerró a sus espaldas impulsada por una mano
femenina. Lo agarró por el pelo en el instante en que la condujo hasta una fría
superficie nacarada. Allí no solo cayeron al suelo sus pertenencias, sino todo su
recato, cautela y sobriedad.
Desataron
aquello que toda la noche había pugnado por salir, aquello que ahora no los
hacía dueños de sus propios actos y que los hacía volar hacia lugares en los
que nada ni nadie existía en derredor.
No
les importaban las consecuencias de aquello y así lo hicieron ver.
El
hombre era aprisionado en ese instante entre unas largas piernas que expresaban
los deseos de su poseedora. Él la agarró por el pelo y echó hacia atrás su
cabeza para dejar el cuello a su merced. De él manó un olor que transformaron
la mirada del hombre, y sin pensarlo dos veces clavó allí sus dientes. La mujer
se deshizo en ahogados gemidos mientras se mordía el labio y sus manos
escribían, más que describían, un mapa de arañazos en la espalda del joven. El mundo
no existía; los aseos del pub se habían oscurecido y los sonidos exteriores
habían enmudecido a sus oídos.
Solo
existían ellos. Sin preocupaciones, sin consecuencias que temer, sin nada que
controlar…
Pero
las consecuencias se materializaron de la manera más embarazosa posible. En ese
instante, su danza se detuvo casi en seco cuando comprobaron que no estaban
solos en la estancia.
Pugnaron
por continuar con aquello, pero les fue casi imposible, a pesar de que la presencia, con más
apuro y estupor que diversión, salió de allí con celeridad.
Los sorprendidos,
absortos en lo que tenían delante, con la respiración entrecortada y algunas
rojeces en el cuerpo, decidieron pues volver al mundo exterior, a la realidad,
a emerger de sus cuerpos excitados y a afrontar sus actos.
Y una
vez fuera, entre la aclamación popular, abandonaron aquel lugar con más pudor
que osadía.