lunes, 11 de junio de 2012

Let me in

Dicen que es de débiles pedir disculpas. Bueno, yo creo que debe hacerse siempre que uno crea que alguien las merece.  Así que, antes de nada, mis disculpas. Sí, a mi querido blogger, por utilizar otro juego para ilustrar mis relatos.

 

Había revestido su alma con placas de acero y enclaustrado su corazón en una cámara de piedra. Había rodeado su cuerpo con dos gruesos muros y había apostado arqueros en sus almenas para disparar contra todo aquel que osara penetrar aquella inexpugnable fortaleza.

Pero si llegado el caso, si una mínima grieta se habría entre aquellas paredes, dentro esperaría una feroz y despiadada guarnición que repelería el ataque de aquellos que, sin un atisbo de maldad en sus actos, intentaran tomar aquel baluarte de los sinsentimiento.
[…]
-Descubre tu mano, maldita zorra.
-¿No prefieres hacerlo tú? Si gano aceptarás de una vez por todas que tus muros han caído –esto último no era una pregunta.

 El hombre afirmó con rotundidad, pues guardaba una jugada más que grandiosa. Pero la mujer habló antes de que él comenzara a desplegar sus cartas sobre la superficie de mármol negro.
- Venga, te concedo el honor de creerte vencedor durante unos instantes –sonrió mordiéndose el labio.

Por los ojos del hombre cruzó el reflejo de la duda, pero se mostró firme:
-Ahí lo tienes; escalera de color empezando por el As de picas –con una sonrisa triunfante.

La mujer se mostró algo impresionada y desplegó con desazón su mano: diez de corazones, jota de corazones, rey de corazones y as de corazones…
-Pero… -dijo el hombre –falta esa –señalando con una nerviosa mirada la carta que la mujer siempre había mantenido bocabajo desde el principio de la partida.

-¡Ah, sí! Qué despiste el mío –fingiendo bochorno.

Y sin observarla antes, le dio rápidamente la vuelta y la dejó en el hueco que había quedado entre la jota y el rey.