martes, 14 de diciembre de 2010

Pendidos...

Tras una caminata que pareció eterna, en un silencio roto por los sonidos de la selva, llegaron al esperado puente, tras el cual tenían que abandonar la senda.

El puente cruzaba una estrecha garganta de más de doscientos metros de caída, cuyo final era imperceptible por la densa capa de niebla, que confería más siniestralidad al foso que conducía hacia lo desconocido. Tampoco se divisaba el otro extremo de la pasarela a pesar de que no llegaba a los quince metros de longitud. La estructura era de hierro con travesaños de madera que, en apariencia, le conferían cierto halo de seguridad. [...]

La pasarela se tambaleaba levemente al paso de los cuatro, cosa que no preocupó demasiado a Rudner, pero que sí tenía acobardados a Jodl y Mole. Ambos experimentaban el temblor en sus piernas y la agitación de su pecho.[...]

Jodl y Mole iban muy juntos desoyendo el consejo del veterano del grupo de pisar sólo con un pie en cada balda. Querían salir de allí cuanto antes. Cuanta más prisa se dieran, mejor. Y eso fue lo que les instó a acelerar el paso y ponerse a la altura de la mismísima espalda de Rudner.

-¿Qué coño estáis haciendo, tarados? –rugió en voz baja a Jodl y Mole. –he dicho que os separéis y no pongáis todo el peso en una misma tabla, o conseguiréis que nos matemos.

Al ver el pequeño alboroto, Doley aceleró también el paso y los alcanzó:

-¿Qué pasa ahora, viejo? ¿se te ha dislocado la cadera…? ¡Aaaaah! –una madera se partió a su paso y el jefe del grupo perdió pie.

Los dos más jóvenes se quedaron petrificados mientras Doley, cuyas manos resbalaban, pedía ayuda pendido de una tabla. Su farol había caído al vacío y su luz se había perdido entre la niebla que impedía ver el final de la garganta.

-No os quedéis ahí parados, imbéciles. –su voz era pura agonía y quedaba enmudecida por el esfuerzo que hacía para no caer. –¡ayudadme! –sus pies se sacudían en el aire, mientras las venas de su frente palpitaban y su rostro se volvía carmesí.

Rudner pasó todo lo rápido que pudo entre Jodl y Mole y llegó hasta el sargento. Se arrodilló y le tendió la mano:

-Aguante –dijo mientras tirada del apurado Doley.

-Eso llevo haciendo…-resoplaba. -…toda la noche, maldito imbécil.

Rudner no dijo nada y continuó tirando con un esfuerzo que superaba sus posibilidades. La madera bajo sus pies comenzó a crujir y éste se dio cuenta. Se detuvo un instante.

-¡Vamos, viejo de los cojones! –apremió el jefe del grupo. –no tengo toda la noche. –mientras pataleaba y hacía también esfuerzos por trepar por el brazo de Rudner como si fuera una liana.

Pero en ese instante, algo en la mirada de Rudner hizo a Doley tener más miedo que en toda la noche. Los ojos del viejo sargento se oscurecieron, sus aletas nasales se abrieron y sus labios se tensaron.

-Ni se te ocu… -comenzó a decir Doley, pero Rudner soltó sus manos y su cuerpo se perdió en la niebla con un sonoro alarido.




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