sábado, 4 de febrero de 2012

La Caída II

Vangelis-Conquest of paradise

El sabor del vino podía aún paladearse en sus labios, al igual que sentir el aroma que manaba de su cuello y su pecho. Estaba algo aturdido, al igual que la mayoría de las mañanas de los últimos meses. Dormía poco y pensaba demasiado, y ello estaba suponiendo una pesadilla para su salud y pasando factura a su humor y a su estado de ánimo.
Pestañeó varias veces para acostumbrar sus ojos a la tenue luz de aquella gris mañana, y se presionó el entrecejo mientras cerraba los ojos con fuerza. Estiró el brazo izquierdo resoplando y desperezándose sin esperar que chocaría contra algo, pero sí lo hizo. La figura a su lado, que se dibujaba bajo las sábanas, le daba la espalda; una hermosa espalda con algún lunar aquí y allá.
Se tornó hacia ella y la abrazó por detrás. La muchacha dio un repullo y cuando supo qué era lo que sucedía, acarició el antebrazo de Marcus suavemente con las uñas y se puso las manos del joven sobre el pecho desnudo.
El general se acurrucó en su espalda y sus ojos se cerraron de nuevo.


-No, pero… ¿por qué? Te quiero, no… no lo hagas –suplicaba de forma casi patética mientras el filo de una daga curva se dibujaba sobre el fondo negro de la estancia.

La respiración de Marcus se agitaba y su corazón pedía a gritos salirle por la boca:
-Por favor… no –imploró de nuevo, y al parecer, la figura femenina, que se aproximaba hacia él, cambió de idea, ocultando la daga y descendiendo hacia su entrepierna -haz esto otro –dijo cogiéndole la cabeza –sigue… mírame, quiero verte la cara –apartándole el pelo.

Pero no llegó a verla. Como en las demás ocasiones, una sombra difusa ocultaba el rostro de la mujer proyectando tan solo unos ojos rojos inyectados en sangre. De forma repentina, la daga volvió a brillar por última vez antes de bajar repetidas veces sobre Marcus haciendo manar un líquido oscuro de su torso.
-Mira, la sangre a la luz de la luna es casi negra –la voz femenina reía mientras Marcus, aún en shock, era incapaz de articular palabra.



En ese instante, golpearon el portón de sus aposentos. El joven despertó al instante y al darse la vuelta en su sobresalto, cayó de la cama.
-¡Mi General, estandartes! –bramó un soldado desde el otro lado.

Cuando se dio cuenta de dónde se encontraba, se incorporó raudo y, aún con la respiración entrecortada, se sentó en la cama. Suspiró profundamente y miró a su lado: la joven seguía allí. Sin percatarse de que estaba desnudo descorrió el pestillo, abrió la puerta mirando al soldado y henchido de rabia:
-Tienes la sutileza en el culo ¿te lo habían dicho?

-Mi señor, creí que… -comenzó el soldado algo abochornado.

-Pues creíste mal –dijo Marcus aún apretando los dientes –Estandartes… ¿cómo? ¿de qué? Distancia, unidades, paso, ¿se han lavado la cara esta mañana? ¿llevan legañas? Habla.

El joven general había conseguido amedrentar al soldado, que ahora solo balbuceaba:
-Pu… pues, so… son unos 50, con u… u… una decena de portaestandartes, to… todos a caballo –dijo atropelladamente. Marcus lo miró impaciente enarbolando una ceja y con la pregunta de: “¿nada más?” grabada en su rostro –Los mo… montaraces di… dicen que acaban de cruzar el pa… paso de Zancada… do…dos leones rampantes opuestos so… sobre campo de gu.. gules, señor. Quizás vengan a parlamentar.

Sí, a parlamentarme a mí los cojones. Esa es la vanguardia, seguro que detrás viene el grueso del ejército, jodido inútil, pero no lo dijo.
-Los Lauser… –murmuró Marcus.

-¿Disculpe, mi general? –preguntó el soldado.

-Llame al Lord Comandante Broadbent, -su cara ya no reflejaba enfado, sino acción y contundencia -dígale en mi nombre que reúna a los Maestres de Campo en la sala de Juntas, estaré allí en breve –ambos se quedaron mirando -Vamos, muévase como si se quitara avispas del culo, maldita sea.

-Sí, señor –y el soldado se fue con apremio dejando a Marcus con la duda de si había entendido bien las órdenes.

Al cerrar la puerta y volver la vista a sus aposentos, el joven percibió estos un poco más oscuros, más fríos. Buscó con la mirada por cada rincón y junto al ventanal encontró sus pantalones. Se los calzó y se volvió a echar en la cama sin darse cuenta siquiera que la mujer a su lado estaba despierta, con los ojos abiertos y mirándolo mientras las sábanas dejaban poco lugar a la imaginación de lo que no llegaban a cubrir.
-Mi señor…

-Sí, los tenemos encima…-dijo ausente -tengo que darme prisa –pero al parecer no tenía ni pizca de ganas. El tiempo se había detenido al echarse en el jergón y tuvo miedo de que si ponía un pie en el frío suelo de piedra, éste volviera a avanzar.

Volvió su mirada hacia la joven. A aquellos ojos que la noche anterior habían sido el mar por el que había zarpado sin miedo a verse perdido en la tormenta que él mismo había provocado. Finalmente, el joven se levantó de la cama en el momento en el que la mujer alargó el brazo para cogerlo consiguiendo tan solo rozarlo a duras penas.
El general lo notó, se giró y sin pensarlo se echó encima de ella besándola de forma arrebatadora mientras ésta volvía a deshacerle las lazadas de los pantalones. Marcus sumergió sus labios en su boca, su cuello y bajó hacia sus senos, y en el momento en el que ella llegó a su miembro, él se detuvo y agarró su mano, la templó y la aprisionó contra la cama a modo de arresto.
Se quedó un instante sobre ella, respirando profundamente mientras sus ojos manaban una mezcla de deseo y lujuria.
-No tenemos tiempo -dijo sin estar seguro de que era aquello lo que debía hacer.

-Pero… mi señor, y si no volv… -Marcus posó un dedo sobre sus labios y acalló aquella horrible posibilidad.

-Lo haré, y si no lo hago, vuestra mirada será lo último que surque mi mente –le había quedado tan bien, que hubiera deseado que de verdad así fuera.

Una vez calmado, se levantó y volvió a anudarse los cordones del pantalón. Se calzó las botas de piel marrones y en lugar de la camisola de lino, se enfundó una más formal. Sobre ella, el tabardo con el emblema de su familia y la insignia de General. Cogió su preciada Zadia, que descansaba contra la pared, y se la ajustó a la cintura. Se refrescó la cara en una tina de agua y completó su atuendo con una capa color beige.
Al salir intentó no volver la mirada hacia la cama donde unos ojos desconsolados veían como se marchaba. Pero fue débil y lo hizo. Respiró por última vez el olor de su alcoba mientras la observaba, y apretando los labios levemente afligido, cerró tras de sí.

Una vez en el pasillo y de camino a la sala de juntas puso en orden sus prioridades a partir de ahí. Si el ejército del Emperador había cruzado Helder y vencido a los Blenoir, quizás su primo también habría sucumbido al empuje de las tropas de Lombard.
En ese instante,  mientras entraba en la sala con la cabeza alta observando a los presentes ya ataviados con relucientes armaduras, unas más abolladas que otras, que se habían puesto en pie a su llegada, recordó las últimas palabras de su primo: “Si muero, si me capturan o si está claro que hemos perdido la guerra, rinde Tauton y cúlpame de todo. No permitiré que nuestra familia caiga conmigo. Júramelo, no te pido tu opinión, Marcus, soy tu señor y si no me obedeces ordenaré que te encarcelen”.

-Mi General, tenemos que… -comenzó el Comandante Broadbent sin darle tiempo a Marcus siquiera a sentarse. Éste alzó la mano y lo hizo callar hasta que hubo llegado a su sitio.

Los miró a todos y cada uno con una tranquilidad pasmosa, totalmente en disonancia con lo que sentía por dentro.
Comenzó a observar con detenimiento un enorme mapa desplegado sobre la mesa. No articuló ni media palabra y el resto de oficiales, aunque de buena gana habrían comenzado a cacarear como posesos, tampoco lo hicieron. Prefirieron permanecer expectantes a lo que dictaminara aquel joven que presidía la mesa.
Marcus alzó por fin la vista del mapa:
-Señores, sabíamos que esto llegaría tarde o temprano, y no veo ningún inconveniente para continuar con la maniobra que teníamos planeada para tal efecto.

-Pero, mi General… -comenzó con voz contundente el Maestre de Campo Ranvier, un hombre de portentosas espaldas y patillas pobladas, cuya armadura podía diferenciarse como la más abollada y curtida de todas.

-No hay peros –lo cortó Marcus -No os lo estoy pidiendo, no es una ruego y por supuesto no estoy dando pie a una discusión al respecto. Es una orden, caballeros. –miró a Broadbent –Lord Comandante, vos lideraréis la operación y Ranvier os acompañará, yo me quedaré en Tauton dirigiendo la vanguardia.

-Mi señor, correréis un grave pe… -comenzó Broadbent lo más rápido que pudo, pero aún así, Marcus lo aplacó.

-No hay nada más que hablar, partiréis cuanto antes –miró al resto: -Caballeros, no hay tiempo que perder. Conocen el terreno, conocen las órdenes, conocen a nuestro enemigo… saben de sobra lo que tienen que hacer –dicho aquello, inclinó la cabeza a modo de saludo y salió de la sala de Juntas antes que nadie.

Y es que, aunque la reunión había sido breve, ya que la situación así lo requería, a Marcus se le había antojado eterna.

***


Mientras su armadura estaba siendo ceñida torpemente por su escudero, el joven general mantenía ocupada su mente preparando lo que tendría que decir para arengar a sus hombres y mentalizándose para lo que se le vendría encima. Tanto que ni siquiera puso objeciones cuando por segunda vez el muchacho engarzó mal el gorjal y éste cayó al suelo produciendo un desagradable sonido metálico.
Su cabeza estaba en otro sitio, quizás en su alcoba, quizás aún en las palabras de su primo, pero lo cierto era que no estaba pendiente de si su indumentaria de batalla estaba lista. Aún así, cuando lo creyó, salió apresuradamente de su despacho en dirección al patio central de armas, donde el contingente de soldados y caballeros esperaban sin formar.

Sobre las escaleras de piedra que daban a las almenas de las murallas, con la cabeza alta y su mano izquierda posada sobre el arriaz de su espada, perdió la mirada entre sus hombres:

-Caballeros de Tauton –gritó -Vuestras tierras, vuestras familias y vuestras gentes os reclaman. Aunque no los escuchéis desde aquí, gritan y piden que los salvéis de aquellos que han osado declararnos en rebeldía y atacarnos sin un casus beli apropiado pretendiendo llegar hasta aquí por la fuerza. –se detuvo y continuó para que sus palabras recalasen -Os han llamado asesinos, violadores y ladrones. Con sus calumnias y su guerra sin sentido han perturbado la paz de nuestra tierra y traído la muerte a ella. Han arrasado campos, vertido sangre inocente y destruido todo aquello que con tanto esfuerzo nos costó levantar. Pretenden someternos a la opresión y al yugo que antaño sufrieron nuestros antepasados. Quitarnos aquello que nos hace hombres, que nos diferencia de los animales; nuestro bien más preciado ¡La libertad!

Los soldados gritaron enardecidos ante las palabras de su joven General.
-Hermanos, al otro lado de esas murallas nos espera un ejército con numerosos hombres, pero con inferior número de caballeros. Yo iré delante, seguid mi paso y no os separéis. Vuestro general no os abandonará, luchará a vuestro lado. Porque no podría encontrar mejor manera de caer, ni mejor motivo por el que luchar, ni por supuesto mejores hombres junto a los que combatir.

Sus hombres emitieron una mezcla de júbilo y sed de batalla.
Están listos, pensó, mientras una tímida gota de lluvia acarició su nariz. Miró arriba: El cielo llora prematuramente; hoy morirán muchos hombres, se dijo antes de ascender.

Culminó finalmente en las murallas mientras vio algo que le heló la sangre. Lo esperaba francamente, pero aún así lo perturbó.
Tras los anunciados estandartes con dos leones rampantes opuestos sobre campo de gules portados por la caballería, comenzaron a sucederse puntas de lanza, picas y a continuación cascos. Hasta que finalmente descubrieron, no un contingente, si no varias formaciones de más de mil hombres cada una. Su formación indicaba que abrirían dos frentes y atacarían el flanco norte y el este de la ciudad. Marcus así lo había previsto, ya que él mismo lo habría hecho de esa manera, haciendo caso a una consigna que le inculcaron desde pequeño: “Si quieres vencer a tu enemigo, imagina que es una máquina perfecta”

-Caballeros antiguos, conmigo en la vanguardia –gritó una vez hubo descendido de nuevo de las almenas -Caballeros novicios en la retaguardia –A continuación una retahíla de instrucciones llegaron a oídos de sus maestres de campo para que los trasmitieran sobre la pintura a los soldados.

Mientras las enormes puertas de madera se abrían y las tímidas gotas hacían ahora alarde de osadía, Marcus no pudo si no volver a recordar las palabras de su primo, y antes de lanzarse a la vanguardia de sus tropas, solo pudo pensar una cosa:

Lo siento.



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