jueves, 12 de enero de 2012

La Caída I

X-Ray Dog-Apassionata

El día, al igual que todos los de la última semana, había pasado demasiado rápido, pensó Marcus mientras observaba embelesado el albo resplandor mortecino que la luna llena vertía sobre los jardines que rodeaban el castillo.
Bajó la mirada y la dirigió allí donde los parterres eran más frondosos y las rosas salpicaban cada palmo del jardín con sus diversas formas y matices.
Pero no se detuvo ahí y miró más allá, donde los arbustos ya precisaban de una pronta poda, aunque igualmente conservaran la beldad de lo salvaje dentro de tanta armonía.
Se dio cuenta, con cierta desazón, que hacía tiempo que no visitaba aquella zona. Recordó cuando jugaba con sus hermanos y sus primos entre aquellos arbustos y soñaban con ser soldados o caballeros. Sus primos hicieron realidad sus sueños, no así él, cuyo futuro se vio truncado por una muerte.
Se le notó levemente en el rostro que estaba algo más serio, más nostálgico. Por suerte no había nadie que pudiera observarlo, pero aún así intentó disimularlo con un sorbo de vino.
No obstante, el desasosiego se apoderó de él cuando volvió al presente. A pesar de la calma que allí se respiraba, el joven general sabía que las huestes enemigas, las temibles hordas de Lombard, compuestas por miles de hombres, se aproximaban hacia ellos.
Era consciente de ello y por ese motivo permanecía aparentemente impasible en aquel lugar.
Desde el balcón de sus aposentos podía ver incluso más allá de las murallas que rodeaban la ciudad. Si un contingente tan numeroso, como aquel del que informaban los batidores que había enviado, se aproximaba, la voz de alarma sería dada y los planes que aquel joven había urdido se pondrían en marcha.
No hay nada que temer, se repetía una y otra vez intentado convencerse.
Absorto en sus pensamientos y sumergido en recuerdos, yendo y viniendo en el tiempo, Marcus había olvidado el motivo por el que no estaba en su despacho de la jefatura militar.
Ella.

Y en ese instante, como si le hubiera leído la mente, un cuerpo de movimientos livianos y cubierto tan solo por un fino vestido de seda color malva, rompió la quietud del momento acercándose a él por detrás y acariciándole el brazo.
-¿Qué tiene a mi señor tan preocupado? –dijo una suave voz femenina.

La guerra, maldita estúpida, estuvo a punto de decirle. Pero no lo hizo:
-Que hacía tiempo no veía luna tan espléndida. La disfrutaba, simplemente…

La mujer lo miró suspicaz:
-No mintáis, mi señor –acariciándole el costado por encima de la camisola de lino, allí donde una enorme cicatriz lo surcaba.

El joven sonrió sin ganas y algo ausente:
-Para qué mentir… la guerra. Me quita el sueño tanto como a todos, porque aunque estemos a salvo aquí, en el corazón de… todo, soy responsable de la vida y la muerte de mucha gente. –comenzó a divagar -Si ganamos, obtendremos la libertad y la prosperidad de nuestra tierra y de nuestras gentes, pero si todo cae –a lo cual todo apunta, pensó -seré el culpable de la destrucción total a la que seremos sometidos… -miró al suelo y decidió cambiar su rostro que comenzaba a alcanzar un tono casi cetrino –Pero bueno, aquí estamos, en uno de los rincones más bonitos de todo el imperio, evadiendo nuestras preocupaciones y buscando como aliviar nuestra carga. –dijo casi forzado a sonreír.

-Sois muy duro con vos, mi señor… –la muchacha no sabía si alabar su genio militar y recordarle las victorias que había obtenido otrora o apartarlo de aquel lugar y así de sus atormentados pensamientos -Contadme algo sobre las tierras del sur –optando por la segunda opción.

El hombre la miró con seriedad, pero su gesto se ablandó y sonrió de forma genuina aunque levemente:
-Os complaceré –dijo a sabiendas de la intención que se escondía tras aquel cambio tema -Podría deciros que son bonitas, exóticas, apacibles, cálidas… pero supongo que todos esos calificativos dependen de los ojos que las miren –sonrió –No niego que tienen rincones preciosos como las famosas Fuentes del Sol, dónde los jardines, las edificaciones, las extrañas flores que lo pueblan todo y el agua que brota mansamente de los rincones más inesperados, le dan un aire pintoresco y agradable; gentes de tez morena y acento sureño a veces mezclado con el de comerciantes y viajeros de las islas al otro lado del Mar de Ampur y de las ciudades de la Bahía de Calas; salpicada de esencias provenientes tanto de su peculiar comida como de las varillas de exóticos aromas que pueblan cada rincón; una tranquilidad tan solo digna de la soledad y de la cálida brisa del desierto, y con una temperatura que excede a la de nuestras tierras. –sin quererlo se estaba trasladando a unos meses  atrás, allí, a las Fuentes del Sol. –Pero no terminan de ser de mi agrado. La gente es algo más tosca y por qué no decirlo, más libertina –curioso que eso lo dijera el General Marcus el putero –el calor es poco menos que asfixiante, el desierto es… desierto. Arena y… más arena, y el ambiente aún se puede cortar con un cuchillo. Aunque lo nieguen, los sureños acaban de salir de una guerra civil. No es precisamente una tierra segura en estos tiempos. –cambió su tono a algo más jovial -Pero no pretendo desalentaros, mi Lady –le tomó una mano de forma instintiva –Si todo acaba bien podréis acompañarme cuando emprenda otro viaje. Dudo de que el encanto de las tierras del sur escapen a vuestros sentidos –la besó allí donde la había tomado.

La mujer lo miró casi extasiada y olvidando con quién estaba y quién era aquel hombre, le quitó la copa de vino, bebió de ella y tras dejarla en el alféizar, lo besó. Aunque más que eso lo que hizo fue acariciar los labios del general con los suyos, húmedos y cálidos a la vez, con el sabor afrutado del vino, y dar un pequeño mordisco en el inferior.
Con mirada pícara reflejada en aquellos ojos negros, la joven de oscuros cabellos se alejó dirigiéndose de nuevo hacia dentro, hacia los aposentos.
Marcus la observó con el deseo fulgurando en sus ojos, mientras las finas sedas del vestido realzaban cada una de las curvas de aquel cuerpo al contonearse con cada paso.
-Si mi señor ha dejado de atormentarse, puede venir a echarme una mano con estas lazadas.

Debo estar delirando, pensó mientras veía alejarse a la mujer.
Quizás aquella fuera la última oportunidad que tendría. Quizás al día siguiente le llegaran noticias de que el ejército enemigo estaba asaltando las murallas y tuviera que ponerse incluso a la vanguardia de la contraofensiva. No sería Marcus si se quedaba donde estaba.

Y antes de que la mujer llegara siquiera a cruzar las cortinas que pendían a la entrada y separaban el balcón de los aposentos, el joven general la agarró del brazo y después de la cintura para atraerla hacia sí. Se miraron, y lo hicieron allí donde se encontraba aquello que ambos anhelaban. Casualmente ambos ansiaban el cuello del otro, por lo que tuvieron que competir como fieras para conseguir el bocado.

La joven desató con celeridad las lazadas de los pantalones del general mientras él le deslizaba un tirante y mordía su hombro.
Con determinación y paciencia, Marcus intentaba caminar hacia el lecho paso a paso para hacer que la chica retrocediera mientras su dedo describía círculos en su pezón y sus labios se fundían con los suyos.
En ese instante, la empujó con osadía y ella cayó de espaldas con una leve exhalación de sorpresa. La mujer se recostó apoyando sus brazos en la cama, y con mirada lasciva abrió ligeramente las piernas para recibir al joven.
Y en el instante en el que se abalanzó sobre ella dejó de ser humano.
Olvidó dónde estaba, olvidó la lealtad, el honor, la responsabilidad de sus galones y hasta su apellido. Olvidó a su primo, el Lord de aquel territorio, ante el cual había jurado rendir la ciudad si él moría y la guerra estaba perdida.
En ese instante, el enemigo podía asediarlos, prender la ciudad y reducir sus muros a gravilla, matar a sus gentes; podía incluso lanzar y clavarle una flecha a Marcus en el culo, que no abandonaría aquella alcoba, aquella cama, a aquella mujer que se deshacía en gemidos bajo sus embestidas.
Porque a pesar de todo tenía clara una cosa: había nacido hombre, no general. Y los hombres, como animales que eran, atendían a sus instintos más de lo que ellos pensaban. Ya fuera incluso para ser líderes en la batalla.
En cualquier batalla.

~o0O0o~

3 comentarios:

  1. ¡Por fin lo has publicado! Estoy deseando leer la segunda parte. Se te da muy bien describir escenas guarrindongas :P

    Yo quiero un Marcus en mi vida *_*

    P.D: Me ha hecho mucha gracia encontrarme, entre tanta palabra galante propia de la Edad Media, con putero y culo. Si, parezco una niña pequeña diciendo: Hala, ha dicho culo! xDD

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  2. Duda al terminar de leer: ¿comentar (porque no puedo pasar por alto semejante maravilla) o no hacerlo (porque me siento incapaz de comentar algo que pueda, si quiera, merecer estar escrito bajo este admirable relato?

    Mi más sincera enhorabuena, Alastair.

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  3. Midori: no sé si habrá segunda parte, pero si así es, no tendrá partes de las que a ti te molan XD Quieres un Marcus?... bueno, aquí está: http://i298.photobucket.com/albums/mm244/Grunding/marcustyrell2.jpg Por otro lado, me gusta jugar con los formalismos y los coloquialismos en la misma narración. Así se ve mi firma de una u otra manera :P

    Anónim@... Puedes comentar y sentirte libre de poner lo que quieras (bueno, lo que quieras no, pero ya me entiendes :P). Y no me digas esas cosas o cada vez que garabatee alguna palabra creeré que es una obra literaria >_<U Gracias =)

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