Era
la enésima vez que experimentaba esa sensación en el mismo día.
Salió
de la habitación, donde todo empezó, con los ojos anegados de lágrimas, sin
saber si aquella sería la última vez que volvería a pisarla.
Se
dirigió hacia la puerta, y allí se dio la vuelta. La miró como quien ve
marcharse a una persona a la que puede que no vuelva a mirar de la misma
manera. La despedida… una amalgama de sensaciones, sentimientos y de acciones
contradictorias. Debía irse, pero sus pies no respondían, debía decir adiós,
pero sus labios contenían un “me quedo para siempre”, y debía meter sus manos
en los bolsillos y marcharse cabizbajo, pero sus brazos pugnaban por abrazarla
y mirar aquellos ojos, que otrora lo miraran con deleite y ahora suplicaban
clemencia.
La
puerta se cerró con una sonrisa forzada, y él tomó las escaleras. En el último
momento decidió, escalones más abajo, volver y coger el ascensor, y allí pensar
durante un instante eterno las veces que lo había tomado a las tantas de la
madrugada para volver a casa con la sensación de que volvería; siempre volvía.
El
camino hacia el coche fue eterno, pero llegó sin apenas darse cuenta. Montó de
manera automática, sin pensar en lo que hacía. Sonó el motor, y después esa
canción, la primera, la que gracias a ella casi había aprendido. Aunque de
verás, lo que más ansiaba era destrozarse el puño contra el reproductor de
música.
Respiró
hondo y sin más enfiló aquella redonda, aquella cuesta, giró a la derecha y
pasó el puesto de churros.
“¿Habrá
algún puesto de churros de camino a tu casa?” recordó casi abatido.
Ese
stop que nunca respetaba esta vez lo hizo, porque no pensaba, porque no estaba.
Cuando recobró la voluntariedad ya tomaba la autovía. En ese eterno espacio de
tiempo aún estaba en aquella habitación mientras ella cogía su bata amarilla,
esa con la que alguna vez había cubierto su desnudez. No recordaba haber salido
del campus, no recordaba rotondas, semáforos ni otros coches. Antes le había
pasado, pero la sensación y los recuerdos eran diferentes.
Metió
quinta y aceleró. No quería llegar a ningún sitio, pero no podía evitarlo.
Cuando se rascó la nariz, el aroma de aquella bata –y de la persona que la
había llevado puesta– inundó sus sentidos, y todos, los cinco, se aunaron en
una sola persona. Pisó a fondo, los coches se apartaban. Con los ojos
emborronados y las manos apretadas, se sumergió en la oscuridad de la
carretera, y nunca más se supo de él.
Dejó
las maletas al entrar, y como si no hubiera estado dos semanas fuera, se
dirigió a su habitación. Un calendario, una jarra, unos libros, un Jack de
papel y una foto…
“No,
ahora no, imbécil. No abras tu cartera…”
Tarde,
porque vuelvo a mentirte diciendo que nunca sería tu trovador…
Se
echó pesadamente en la cama, miró al techo y después a su lado:
“Y
yo vuelvo a mentirte diciendo que no me muero por dormir contigo cada una de
las noches que me quedan, viendo como antes de meterte en la cama te quitas esa
horrible bata amarilla”.
In Flames-Come Clarity
A veces son las cosas más tontas las que más extrañamos o más nos recuerdan...
ResponderEliminarDecirle adiós a los que ya no tiene más lunas que pasar...
Ánimo
El placer o, en este caso, el recuerdo de las cosas pequeñas, las que hacen el día a día, las que aprendes a valorar después.
ResponderEliminarMe gusta esa frase ^^
Sin más, Tomica, siempre estás cuando tienes que estar ;)