domingo, 7 de abril de 2013

Bata amarilla


Era la enésima vez que experimentaba esa sensación en el mismo día.
Salió de la habitación, donde todo empezó, con los ojos anegados de lágrimas, sin saber si aquella sería la última vez que volvería a pisarla.
Se dirigió hacia la puerta, y allí se dio la vuelta. La miró como quien ve marcharse a una persona a la que puede que no vuelva a mirar de la misma manera. La despedida… una amalgama de sensaciones, sentimientos y de acciones contradictorias. Debía irse, pero sus pies no respondían, debía decir adiós, pero sus labios contenían un “me quedo para siempre”, y debía meter sus manos en los bolsillos y marcharse cabizbajo, pero sus brazos pugnaban por abrazarla y mirar aquellos ojos, que otrora lo miraran con deleite y ahora suplicaban clemencia.
La puerta se cerró con una sonrisa forzada, y él tomó las escaleras. En el último momento decidió, escalones más abajo, volver y coger el ascensor, y allí pensar durante un instante eterno las veces que lo había tomado a las tantas de la madrugada para volver a casa con la sensación de que volvería; siempre volvía.
El camino hacia el coche fue eterno, pero llegó sin apenas darse cuenta. Montó de manera automática, sin pensar en lo que hacía. Sonó el motor, y después esa canción, la primera, la que gracias a ella casi había aprendido. Aunque de verás, lo que más ansiaba era destrozarse el puño contra el reproductor de música.
Respiró hondo y sin más enfiló aquella redonda, aquella cuesta, giró a la derecha y pasó el puesto de churros.
“¿Habrá algún puesto de churros de camino a tu casa?” recordó casi abatido.
Ese stop que nunca respetaba esta vez lo hizo, porque no pensaba, porque no estaba. Cuando recobró la voluntariedad ya tomaba la autovía. En ese eterno espacio de tiempo aún estaba en aquella habitación mientras ella cogía su bata amarilla, esa con la que alguna vez había cubierto su desnudez. No recordaba haber salido del campus, no recordaba rotondas, semáforos ni otros coches. Antes le había pasado, pero la sensación y los recuerdos eran diferentes.
Metió quinta y aceleró. No quería llegar a ningún sitio, pero no podía evitarlo. Cuando se rascó la nariz, el aroma de aquella bata –y de la persona que la había llevado puesta– inundó sus sentidos, y todos, los cinco, se aunaron en una sola persona. Pisó a fondo, los coches se apartaban. Con los ojos emborronados y las manos apretadas, se sumergió en la oscuridad de la carretera, y nunca más se supo de él.
*** 

Dejó las maletas al entrar, y como si no hubiera estado dos semanas fuera, se dirigió a su habitación. Un calendario, una jarra, unos libros, un Jack de papel y una foto…
“No, ahora no, imbécil. No abras tu cartera…”
Tarde, porque vuelvo a mentirte diciendo que nunca sería tu trovador…
Se echó pesadamente en la cama, miró al techo y después a su lado:
“Y yo vuelvo a mentirte diciendo que no me muero por dormir contigo cada una de las noches que me quedan, viendo como antes de meterte en la cama te quitas esa horrible bata amarilla”.

In Flames-Come Clarity

2 comentarios:

  1. A veces son las cosas más tontas las que más extrañamos o más nos recuerdan...

    Decirle adiós a los que ya no tiene más lunas que pasar...

    Ánimo

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  2. El placer o, en este caso, el recuerdo de las cosas pequeñas, las que hacen el día a día, las que aprendes a valorar después.
    Me gusta esa frase ^^
    Sin más, Tomica, siempre estás cuando tienes que estar ;)

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