domingo, 26 de septiembre de 2010

El baile de las sombras (part I)

Acompañado por un clima de desconcierto que alumbraba mi mente por aquel entonces, se desarrolla este suceso, el cual finalmente decidí narrar ante la perspectiva de que si no lo hacía, esta experiencia me perseguiría hasta mi muerte. Aunque, aún después de desahogarme, no le he encontrado significado ni explicación algunos, recurro a ustedes con la esperanza de que puedan ayudarme a ello.

La noche pintaba cerrada y la luna alumbraba sin piedad y con toda nitidez cualquier cosa o ser que se encontrara bajo su dominio, mientras que el viento silbante hacía acto de presencia golpeando las ventanas y embraveciendo las copas de los árboles.

Me encontraba en la cama tumbado boca arriba como si acabara de acostarme, ya que es una posición que me resulta incómoda para dormir y que finalmente acabo desechando inconscientemente una vez alcanzado el sueño. Pero aún así estaba en ella. Sudando, con el corazón palpitante como si acabara de correr una maratón, con las manos sujetándome inusualmente la cabeza y el pelo revuelto. Tenía una sed tremenda y la garganta tan seca que si hubiera estado dando un discurso. Estaba con los ojos medio abiertos (o medio cerrados), entornados al fin, pero de igual manera pude diferenciar una figura que pasaba fugazmente por delante de la puerta de mi dormitorio y se dirigía como una exhalación hacia la cocina. Mi cerebro tardó una milésima parte de segundo en acordarse de que ese fin de semana me encontraba solo en mi casa.

Me incorporé sobre la cama en el momento en el que un aterciopelado escalofrío partió de mis riñones, me recorrió el espinazo y terminó en el cuello, erizándome el vello de la nuca.

Armado únicamente de valor, agudizando los cinco sentidos y con todos los músculos de mi cuerpo en tensión, me dirigí expectante hacia la cocina con la inútil esperanza de que mi imaginación me hubiera jugado una mala pasada.

Entré tan atropelladamente en la estancia que mis piernas se entrelazaron y tuve que agarrarme al pomo de la puerta para no estampar mi cabeza contra la esquina de la cercana mesa.

Allí no había nadie; me adentré aún más, acompañado de la acción involuntaria de mirar por encima del hombro, para cubrir mi espalda a expensas de un ataque imprevisto. Nunca había encontrado la, hasta ahora, estrecha cocina, tan alargada. Nada en ella denotaba la presencia reciente de una persona, excepto el hecho de que la única ventana se encontraba abierta de par en par, dejando pasar el escandaloso viento, que había desperdigado por el suelo unos cuantos apuntes que había dejado olvidados, y ahora me arremolinaba el pelo.

Finalmente llegué a ella, pasé mi cabeza por debajo del dintel de la ventana con la misma sensación de que lo hacía bajo la hoja de una guillotina. Me asomé y miré, a tientas, a ambos lados de la tortuosa calle, ya que las farolas en derredor estaban apagadas y enfrente, en el parque, no había ni un alma. Conforme al fin con la comprobación, me dispuse a meter mi cabeza otra vez en el interior, cuando un pequeño objeto me golpeó la coronilla, produciéndome mayor daño que si no me hubiera pillado de imprevisto.

Sin temor a lo que pudiera encontrar sobre mí, giré momentáneamente la cabeza hacia arriba y escudriñé en busca de cualquier sombra que esa brillante y fantasmagórica luna pudiera proyectar, y que me diera el menor indicio de que lo que me había golpeado no había caído por casualidad.

Nada.

Pero mantuve un instante la posición, a expensas de que si había alguien sobre mi cabeza, diera la cara para comprobar si había acertado o errado el tiro.

1 comentario:

  1. inquietante, cuanto menos, intensa imaginacion o extran~as esperiencias?

    un saludete

    ResponderEliminar