sábado, 12 de diciembre de 2009

Amaneció...


Un tímido haz de luz atravesó el umbral de la ventana y pasando por el resquicio de la hoja entreabierta acarició, como una cálida lengua de fuego, mi semblante adormilado.
Tardé una décima de segundo en recordar dónde me en
contraba sin abrir los ojos.
La suave brisa primaveral inundó la habitación con su fragancia floral y húmeda, recorriendo mi costado a la vez que me erizaba el vello de los brazos.

Respiré hondo.

El aroma reinante en la estancia penetró en mi cuerpo h
aciendo revivir lo que allí había pasado. Abrí los ojos, costosamente al principio, cegado por la luz del sol.
Una suave y delicada mano femenina sobre mi pecho subía y bajaba al compás de mi respiración.

Con la mirada recorrí su brazo, su hombro desnudo y su apetitoso cuello, pasé por su perfilada oreja para acabar en su rostro: sus labios carnosos estaban sellados por mi último beso, sus mejillas sonrojadas invitaban a la más cálida de las caricias y sus ojos cerrados escondían un universo de estrellas.

Me quedé largo rato mirándola sin ser consciente de ello.

Era una imagen tan pura y tierna… la de alguien que duerme a tu lado tras una noche como aquella.

Cientos de imágenes venían a mis ojos mientras sonaba de fondo una deliciosa melodía de violín y piano.

Lo que más recordaba era lo que mi boca y mis manos habían recorrido: sus labios, su cuello, sus senos, su abdomen, la humedad entre sus piernas, sus muslos… todo su cuerpo había estado a mi comp
leta disposición para complacer y ser complacido.
También recordaba lo que sus labios y sus dedos finos y ágiles habían hecho por mí, y como ambos nos estremecíamos ante una nueva sensación refl
ejada en un gemido, un leve mordisco o un apretón con los dedos dolorosamente reconfortante.
Y mientras una parte de mi mente se recreaba en recuerdos ardientes de una noche pasada, la otra parte se encargaba de hacerlos únicos, inolvidables, de conferirle un aura de celestialidad y a la vez de melancolía.
Cada vez que me encontraba en aquella situación y me embargaban esa serie de sentimientos y emociones, me preguntaba si volvería a experimentarlos, si volvería a amanecer junto a alguien más especial que anteriormente, o si esa persona sería de una vez por todas la que me abrazara todas las mañana de mi vida.
No podía saberlo.

Y menos aún si me dejaba guiar por mis instintos, a los cuales había terminado perdiendo toda confianza.

Por otro lado, siempre me quedarían esos momentos en los que, embelesado, me deleitaba mirando a esa persona que durante unas horas había sido mía y le había profesado ¿amor? ¿cariño? ¿pasión? Sí, algo de eso.

En ese instante de cavilación, la mujer a mi lado se estremeció y su mano palpó suavemente mi torso. Se aproximó más a aún buscando calor y un turgente pecho rozó mi brazo.

Sus labios acariciaron mi hombro y al volverme hacia su rostro, sus ojos se habían abierto en una cálida mirada tierna y deleitable.

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