viernes, 20 de noviembre de 2009

Memorias

En ese instante todo en su mente se volvió gris.


Era el gris de un cielo nublado en una tarde fría de otoño. Las hojas caducas de álamos y chopos, que bordeaban el camino adoquinado, se iban depositando en el húmedo pavimento, mientras la lluvia caía sobre ellas creando un espeso y amortiguador manto de hojarasca.
La poca gente que circulaba por aquel jardín iba provista de paraguas que repelían la fuerte lluvia que arreciaba por momentos. Dos figuras jóvenes, un chico y una chica, eran la excepción.
Ambos estaban empapados y el tono de sus ropas había oscurecido a causa de que el agua había recalado. Sentados en los caballitos de un tiovivo abandonado no dejaban de reír mientras el óxido de la atracción, acentuado por la lluvia, hacía aquel artilugio cada vez más decadente.

-Me apetece algo fresquito. –decía el chico mientras tiritaba. – lástima que el puesto de los helados esté cerrado.

La chica miró hacia atrás observando una caseta azulada, coronada por un gran cucurucho de helado, que inusualmente estaba abierta. Chloe se volvió arqueando las cejas asombrada y Nick rió por lo bajo pero con bastantes ganas, y ella se contagió de esa risa.

-¡Madre mía! El señor Tiberius está cada vez peor. –dijo Chloe aún riendo.

Ambos cesaron de reír y observaron su comportamiento: hablaba solo, en una lengua que parecía inventada. Acto seguido y con una máquina de fumigar a la espalda comenzó a rociar la caseta con un líquido azulado mientras cantaba.

-Definitivamente sí –sentenció el chico.

Tim Tiberius absorto en su tarea, que parecía no iba a interrumpir ni aunque un huracán se llevara volando su caseta de helados, reparó en los chicos encaramados en el tiovivo a unos veinte metros de distancia de él.
Con la lluvia rebotando en su calva y sus gafotas redondas y empañadas, el heladero se acercaba lentamente hacia los chicos entornando los ojos como si intentara ver algo más allá de lo aparente. La fumigadora seguía expulsando ese líquido azulado que olía a perfume de mujer mezclado con sudor, hasta que una vez a la altura de Nick y Chloe, Tim dejó de bombear sustancia y dirigió unas palabras al chico sin reparar siquiera en su compañera:

-Algún día vendrás a mí, Nick Alaster –su voz parecía más sobria que nunca, sino fuera por la incoherencia de sus palabras. –y descubriré quién eres en realidad. –y dicho esto se marchó de nuevo hacia su caseta accionando la palanca de su fumigadora, y con el dispensador erguido para que el líquido fuera bombeando hacia arriba creando una especie de paraguas de sustancia sobre él al caer.

Hasta que el señor Tiberius no llegó a su heladería los chicos no intercambiaron miradas, ni articularon palabra alguna. La cara de pasmada de Chloe solo era superada por la de Nick, que por primera vez tragó saliva para intentar decir algo:

-Parece que está parando de llover. –fue todo lo que salió de su boca.

-¿Nos vamos? –preguntó la chica sin mirarlo.

La pregunta de Chloe fue retórica y toda respuesta que obtuvo fue que ambos bajaron de sus caballitos y comenzaron a caminar por el paseo adoquinado del frondoso jardín.
Las palabras del heladero surtieron un efecto en ellos diferente al que hubiera surtido en otra persona, en otro contexto y, por supuesto, dicho por otro que no fuera Tim Tiberius.

Caminaban lentamente como si no pensaran que de un momento a otro pudiera comenzar a llover de nuevo. Ninguno dijo nada sobre las palabras del heladero fumigador, pero si hablaron sobre otros temas. Nick recibió la idea sobre una nueva quedada con su amiga con una sonrisa en el preciso instante en el que una minúscula y brillante gota de agua cayó sobre su nariz. Chloe también debió notar el comienzo de un nuevo chaparrón porque se giró hacia su amigo y ambos, escudriñando la mirada del otro, comenzaron a correr a cualquier lugar a guarecerse.

-Vamos a mi casa, que está más cerca. –dijo Chloe resollando.


Su amigo se limitó a afirmar con la cabeza. La carrera apresurada de los jóvenes hacía chapotear el agua de los charcos que pisaban a su paso, hasta que un fuerte chapoteo destacó sobre los demás, y Nick sintió que su compañera de carreras ya no iba a su lado.
Se dio la vuelta aparatosamente y con sus piernas enredadas resbaló y cayó de bruces a los pies de la chica ya en el suelo.
Chloe estaba empapada; había caído de culo en un charco y Nick, un metro más adelante y mirando hacia ella, estaba bocabajo. El trasero de la chica estaba calado y experimentaba una mezcla de dolor y cosquilleo producto de la contusión. El chico tenía las palmas de las manos magulladas y los pantalones mojados.
La situación era cómica a la vez que embarazosa, pero no les importó que alguien pudiera reparar en ellos. Relajaron sus músculos y mirándose, para ver quien de los dos decía algo primero, comenzaron a reír sin poder contenerse mientras el aguacero irremediablemente caía sobre ellos.
Tampoco eso pareció importarles.

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