jueves, 22 de abril de 2010

En una canción


Cientos, no, miles de recuerdos abarrotaban ahora sus pensamientos mientras sonaba de fondo una canción, su canción, esa que tantas veces los había acompañado a ambos allí donde iban. Pero no eran ahora dos los que la escuchaban, sino uno, una. A pesar de que esos recuerdos eran alegres y volvían a ella intactos, quizá embargados de más sentimiento y melancolía, no pudo reprimir un llanto silencioso, ahogado por esa pena que solo acompaña a la pérdida. A la pérdida de la persona con la que había compartido algo más que una buena canción. Esa persona que no volvería a ver sino en su imaginación, en sus recuerdos, en fotos y cartas, en vídeos y regalos. Porque su estómago se encogió al tamaño de una pelotita de golf y sintió como si estrujaran su corazón hasta que toda la sangre saliera de él y se parara, cuando releía cada carta, cada mensaje de móvil; pero era su voz la que sonaba en su cabeza, la que tantas veces había escuchado en todas sus formas (enfadado, feliz, chistoso, eufórico, ingenioso, cansado, triste…). No pudo evitar recrear los motivos y las situaciones por las que el chico le había escrito esas cartas, esos mensajes; las escenas plasmadas en las fotos. Eso fue eclipsado por el último recuerdo que tenía de él, y no pudo evitar llorar, pero de rabia, rabia consigo misma. Había sido una imbécil, una celosa. Lo había dejado en aquel pub con dos palmos de narices, mientras algo dentro ella se moría por besarlo. Pero no podía enmendar aquello, no. Porque ya no volvería a verlo.
El reproductor de música volvió a repetir su canción, y de un plumazo pasó de la rabia a la nueva melancolía, y con ella al pasado. Aquel pasado en el que Nick aún vivía, reía y corría con ella bajo la lluvia de otoño. El Nick que contaba historias que ni él mismo se creía tan solo para divertirla. Que pensaba que tenían todo el tiempo del mundo y que se detenía a observar cada una de las pecas de su cara y encontrar algún tipo de mensaje encriptado nada más que para chincharla. Con el que había hecho tantas cosas como escaparse en tren para ir a ver un concierto a cientos de millas, coger el automóvil en mitad de la noche tan solo para ver amanecer en la cima de un acantilado, o subir a escondidas a la azotea de un edificio alto y contemplar el mar de luces que era la ciudad.

1 comentario:

  1. ¿Me ahorro lo típico? Sí, lo de emo y referencias a personas que poco bien hacen y tal y tal...
    Está bien.
    Es cierto, es bueno. Bien escrito, bien estructurado, nada pesado, ni recargado, ni excesivamente descriptivo como sueles escribir. Muy detallista (cómo no, viniendo de tí); pero bastante realista y muy conseguido.
    Me gusta bastante, y creo que es de lo mejor que has escrito.

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